Relato: INFIERNO

Llevo tres días en esta ciudad. El Cairo. Por fin me decidí a cumplir uno de mis sueños, viajar a la cuna de una de las civilizaciones que más me han fascinado desde que era niño. Recuerdo la primera vez que descubrí la Esfinge con la gran pirámide detrás. Estaba estampada en un cromo de la Colección Vida y Color de mi primo Enrique, unos años mayor que yo. Me lo enseñaba orgulloso, sin apenas dejarme tocar sus hojas repletas de maravillas de todo el mundo. Lugares que prometí que algún día visitaría.

Ahora, treinta y cinco años después de aquel momento, me encuentro tomando café en una terraza de una calle de nombre impronunciable para mí. Los turistas inspeccionan mapas y guías mientras deciden su próximo destino. Los camareros van y vienen ágilmente entre el laberinto de mesas sirviendo a los exigentes occidentales… yo me relajo, está anocheciendo y pronto bajarán las temperaturas, lo que dará un poco de respiro al terrible calor diurno.

Llevo dos días recorriendo la ciudad: el barrio copto, el centro urbano, el zoco, el viejo Cairo islámico, con sus palacios, mezquitas, escuelas… pero el gran día es mañana. Mañana inicio mi excursión, mi auténtico viaje al antiguo Egipto: Giza, Luxor, Tebas, Nubia, Dahshur… no hace falta que repase guías, las conozco, sé su ubicación, su historia, los faraones que ordenaron su construcción… es mi pasión, cientos de horas viajando a través de las páginas de los libros, cerrando los ojos intentando sentir ese silencio en medio de la inmensidad del desierto…

Vuelvo a la realidad. Ayer, en esta misma terraza conocí a alguien. No acababa de entenderme con el camarero en mi inglés de colegial y ella que estaba en la mesa de al lado le explicó en un árabe que a mí me pareció perfecto que yo quería un café dulce, no el amargo café turco sin azúcar que acababa de traerme. Le di las gracias y le pregunté de dónde era. Tenía unos preciosos ojos azules que contrastaban enormemente con su tez morena. Me dijo que había nacido allí pero durante muchos años estuvo en el extranjero estudiando, sus padres querían que se occidentalizara pero ella había querido volver. No le gustaba el egoísmo y descreimiento que había visto. Empezó a contarme cosas sobre su familia, de su padre, descendiente de bereberes y de su madre, hija de armenios llegados al país huyendo del genocidio que sufrieron en la primera Gran Guerra. Los ojos le brillaban, hablaba de una manera apasionada… De pronto sonó su móvil, se calló y se levantó con prisa, disculpándose, se le hacía tarde, dijo. Se alejó caminando. Iba vestida de negro, con pantalones y una camisa ancha. Nada que revelara ninguna de sus formas. A pesar de ello desprendía una feminidad muy atractiva.

Y ahora estoy aquí, en la misma mesa, a la misma hora que ayer, esperando. Quiero volver a encontrármela, preguntarle, saber más sobre la diferencia entre nuestras culturas, nuestras creencias… Pero llevo casi una hora y me estoy quedando frío. Los turistas abarrotan ahora la parte interior de la cafetería, pero yo prefiero quedarme fuera. Me gusta ver el mundo pasar por delante de mí. Siempre me han gustado las terrazas de las ciudades. Es todo un espectáculo de vida.

Una familia de alemanes se acerca y se sienta en una mesa próxima. Un vendedor ambulante vestido con una túnica larga blanca pasea entre las mesas ofreciendo su mercancía. Una mujer pasa por delante de la terraza, lleva un velo cubriéndole el pelo y medio rostro. Me extraña que se encamine hacia el interior y la sigo con la mirada. Antes de entrar se gira hacía mi dirección y veo unos ojos azules. Unos ojos azules enmarcados en un velo de tristeza negra.

Es la mujer de ayer. Me levanto para alcanzarla.

La onda expansiva me lanza a unos metros de donde me encontraba. No oigo nada, el silencio me hace daño en los oídos. Miro hacía atrás. Fuego, gritos y dolor. Sólo veo infierno.

¿ME QUIERES? (BURKA). (Detalle). Salustiano