OTOÑO

Mañana empieza el otoño. Mi estación del año preferida, junto con el invierno. Días que se acortan, noches más largas, árboles que cambian de color, lluvia… me gusta abrigarme, llegar a casa y taparme con una manta mientras me pierdo en una historia, subir hasta arriba las persianas porque sé que no me va a deslumbrar el sol.

Cuando siento que las temperaturas van bajando, que el calor pegajoso del verano mediterráneo tiene sus días contados me voy revitalizando. Y este largo verano por fin se está acabando.

Además este final de verano ha sido uno de los peores que he tenido nunca. Problemas que no se arreglan, otros que se complican…

Ahora que está cerca un momento en el que creo que van a cambiar cosas en mi presente actual (por motivos laborales que no vienen al caso), me he tomado este otoño como un comienzo, un punto de inflexión en que voy a ser más dueña de mi vida, de mi tiempo y de mi futuro (por muy confuso que lo vea ahora). Algo que sólo yo puedo cambiar.

Porque he aprendido que hay otras cosas que no se pueden cambiar, por mucho que lo desees. Ayer una mirada y una sonrisa me lo recordaron. Ya es difícil olvidar para que la casualidad te ponga zancadillas por el camino.

Ese encuentro me hizo recordar momentos (que si fueron felices), y mis recuerdos siempre tienen música de fondo. Esta mañana he sacado mis viejos vinilos de The Beatles, y poco a poco, canción a canción, han conseguido animarme como sólo ellos consiguen hacerlo. Son muchos años y nunca me han fallado.

REVOLUTION

BLADE RUNNER (o domingo monotemático)

En cuanto me he levantado he decidido que hoy no saldría de casa. Llevaba casi dos días sin entrar, así que tenía excusa. Y no es que tuviera que poner lavadoras, organizar correo, o cambiar sábanas, (que si pero no lo he hecho), es que lo único que me apetecía hacer hoy era precisamente no hacer nada. No tenía que ejercer de madre, no tenía ningún compromiso social (cumpleaños familiar, aperitivo, cine…), así que decidí recogerme el pelo, ponerme las chanclas, abrocharme el kimono y disfrutar de un día de total pereza dominical.

Tras una comida ligera (por llamarla de algún modo), me he acomodado en mi sofá a hacer lo que he estado deseando desde que el otro día me regalé una de mis películas favoritas: Blade Runner. La edición especial, la del montaje del director, con nuevas escenas, y otras eliminadas, como esa voz en off y el final feliz que tanto desentonaban en la primera versión.

Hacía años que no la había visto, muchos. Y como nunca la vi en cine, he de reconocer que en formato digital y en pantalla plana es impresionante.

Para mí es una obra maestra del cine negro de ciencia ficción. Un detective al más puro estilo “Marlowe” en una ambientación digna del mejor comic de Moebius, en un futuro (que casi es ahora presente) contaminado y superpoblado. Una película que además plantea cuestiones más profundas como la “humanidad”, que significa realmente ser humanos, el miedo, la muerte…

Después he disfrutado del documental “Días peligrosos: como se hizo Blade Runner” interesantísimo y largísimo, que muestra todos los aspectos de producción, postproducción y montaje de la película.

Y no puedo evitar poner uno de sus mejores momentos. La escena final en la que muere el replicante Batty, un impresionante Rutger Hauer que improvisó el monólogo más famoso de la película “…todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”.

† EDUARDO BENAVENTE, HACE 25 AÑOS †

Yo tenía 15 años, y él era un chico diferente, raro, de tez muy blanca y grandes ojeras. Oscuro e interesante, producía una extraña fascinación. Con su música podías ver el mundo a través de sus ojos, una visión irónica, despiadada y decadente, en un tiempo en que todo estaba cambiando tan deprisa que casi no daba tiempo a acostumbrarse antes de que algo estallara de nuevo.

La primera vez que oí hablar de él fue caminando por el Carmen, me tropecé con un par de compañeros de instituto, (de los diferentes, como yo), estaban escribiendo en una vieja pared con un spray “Autosuficiencia”, me paré, me hablaron de la canción, del grupo, emocionados… Aún guardo esos dos vinilos que han sobrevivido a trueques, ventas y cambios de estilo.

Años más tarde vendrían épocas siniestras, muchas noches, muchos grupos… pero siempre se le echó en falta, y para siempre Eduardo se quedó grabado en nuestras retinas, un vampiro post-punk de 20 años, alma mater de uno de los mejores grupos de aquel momento Parálisis Permanente, que tampoco sobrevivió a su muerte.

Paloma Chamorro estrena el mítico programa La edad de oro con la emisión de las imágenes que se grabaron con este grupo en un programa piloto y le dedica estas palabras: «Un músico pop es un mecanismo humano de fascinación. La extrañeza ante él es el pretérito del recorrido ante la fascinación. Pasado el momento de la sorpresa, el mecanismo debe permanecer intacto en su reducto, inviolable. A ese reducto, Goethe lo llamaba personalidad. El artista se diferencia del resto de los hombres porque construye y reconstruye su personalidad, es lo que le da derecho a formular exigencias en la vida y ante sus semejantes. Eduardo Benavente poseía personalidad en el sentido goethiano, veía el mundo con ojos diferentes y exactos. Su estética era despiadadamente heroica y piadosamente irónica. El signo de una inteligencia de primer orden es el que es capaz de detenerse sobre dos ideas contradictorias sin perder por ello la capacidad de funcionar. Debería entenderse que en las cosas no existe la esperanza, y sin embargo estar decidido a cambiarlas. Eduardo Benavente no era un alma lavada, sabía que la vida era un proceso de demolición de cosas no demasiado tangibles, la nieve es de una pureza engañosa. Le gustaba ser rápido, eficaz y preciso -esa frase podría haber sido su lema-. Eduardo Benavente murió en accidente de tráfico el 15 de mayo de 1983, benditos sean los muertos sobre los que cae la lluvia«.

Y hoy también está lloviendo.

Recuerdos

 

Fuera estaba lloviendo. Estaba en su despacho, rodeada de papeles, de notas, de facturas, de olvidos… miraba hacía la ventana, a través de ese árbol que con las primeras hojas empezaba a taparle la visión de la avenida surcada de coches, y los edificios de enfrente… y llovía.

Siempre le habían gustado los días nublados, pero últimamente le ganaba la melancolía en cuanto el cielo se cubría y empezaba a caer la lluvia, esa lluvia fina, continua… que hacía de este invierno el más gris que recordaba…

Y ese era el problema, que recordaba… le hubiera gustado escaparse un rato, a un sitio tranquilo, con alguien a quien poder contar las cosas que le iban sucediendo, y las que le gustaría que le pasaran, alguien a quien acariciar las manos, juguetear con los dedos mientras hablas, alguien con quien recostarse sin hablar, solo escuchando el viento fuera, en la seguridad de una habitación, a cubierto… de todo.

Miraba por la ventana y recordaba, y echaba de menos esas escapadas, esos momentos de excitación, en los que parece que eres mas dueño de tu vida que nunca, porque improvisas tu presente, porque apartas los planes, y vives, con intensidad, con los cinco sentidos, aprovechando hasta el último minuto… disfrutando, como si fuera un regalo envuelto en papel de colores, y no sabes que hay dentro, pero te da igual, porque no te lo esperabas, y te gustan las sorpresas, y sonríes.

También recordaba las sonrisas… también echaba de menos esa felicidad tonta que te hace sonreír sin motivo.

Pero si le hubieran dado a elegir entre no sentir esa melancolía que produce la nostalgia de lo que se ha perdido a cambio de no haber probado la felicidad que la produjo, se hubiera negado. Había sido tan feliz, que prefería quedarse con el recuerdo de ese amor, que no haberlo disfrutado…. Confiaba que algún día dejarían de dolerle los recuerdos, en realidad, estaba empezando a poder recordar ahora, de otra manera, sin sentirse rota por dentro, y sabía que dentro de poco podría volver a sonreír a sus recuerdos, como cuando no les tenía miedo, cuando le gustaba encerrarse con ellos, a oscuras, para volver a vivirlos. Porque sabía que nunca podría olvidar, no quería olvidar.

Sonó un teléfono y volvió a la realidad, sacudió la cabeza intentando volver al presente, cerró los ojos y se despidió (otra vez) … había dejado de llover…