Mañana empieza el otoño. Mi estación del año preferida, junto con el invierno. Días que se acortan, noches más largas, árboles que cambian de color, lluvia… me gusta abrigarme, llegar a casa y taparme con una manta mientras me pierdo en una historia, subir hasta arriba las persianas porque sé que no me va a deslumbrar el sol.
Cuando siento que las temperaturas van bajando, que el calor pegajoso del verano mediterráneo tiene sus días contados me voy revitalizando. Y este largo verano por fin se está acabando.
Además este final de verano ha sido uno de los peores que he tenido nunca. Problemas que no se arreglan, otros que se complican…
Ahora que está cerca un momento en el que creo que van a cambiar cosas en mi presente actual (por motivos laborales que no vienen al caso), me he tomado este otoño como un comienzo, un punto de inflexión en que voy a ser más dueña de mi vida, de mi tiempo y de mi futuro (por muy confuso que lo vea ahora). Algo que sólo yo puedo cambiar.
Porque he aprendido que hay otras cosas que no se pueden cambiar, por mucho que lo desees. Ayer una mirada y una sonrisa me lo recordaron. Ya es difícil olvidar para que la casualidad te ponga zancadillas por el camino.
Ese encuentro me hizo recordar momentos (que si fueron felices), y mis recuerdos siempre tienen música de fondo. Esta mañana he sacado mis viejos vinilos de The Beatles, y poco a poco, canción a canción, han conseguido animarme como sólo ellos consiguen hacerlo. Son muchos años y nunca me han fallado.
REVOLUTION