El buen gusto musical

“Mama, ¿si me preguntan porque me tengo que ir tan pronto que digo?” Mi hija de casi catorce se está arreglando para ir un rato con sus amigas. La miro sin entender y le respondo que diga la verdad, que a un concierto, “vas a ser la envidia de tus amigas no?”.

No mama, si digo eso se reirán de mi

Faltan un par de horas para que nos vayamos a un festival de música, a ver uno de sus grupos favoritos, Love of Lesbian, y a muchos más, hasta que el cuerpo aguante. No me cabe en la cabeza que se pueda avergonzar de que le guste ese tipo de música.

La miro atónita y le digo que no me lo puedo creer.

Que sí, que a ellas les gusta Pablo Alborán, y Andy y Lucas y música de esa latina… y siempre que menciono algún grupo que me gusta se ríen de mi

Yo que siempre he intentado inculcarles la tolerancia musical, es decir, que no hay música mala, sino gustos diversos, me entran ganas de arremeter contra los para mi más que discutibles gustos musicales de algunas de sus amigas, pero me muerdo la lengua y le intento convencer de que no se tiene que avergonzar de los grupos que le gustan, y me siento orgullosa de que los mantenga a pesar de la presión.

No es su primer concierto, a mis dos hijos les encanta la música, pero debido a ese tipo de leyes y normas absurdas que dejan que los menores de edad puedan entrar a todo tipo de establecimientos en los que se venden alcohol (casales falleros, bares y restaurantes, teatros, etc.) excepto a las salas de conciertos cerradas en las que tienen prohibidísima la entrada aunque vayan acompañados de un adulto, solo pueden disfrutar de la música en directo si el concierto se realiza al aire libre (aunque también se venda alcohol). Y esta es una de esas ocasiones.

Menos mal que en un par de años se habrán acabado las restricciones.

Y es que solo el que ha vivido estos momentos puede entenderlo:

ALGUNAS PLANTAS

Odio la gente que habla en los conciertos.

No la gente que comenta cosas, que se ríe y que comparte lo bien que se lo está pasando. No. Me refiero a esas personas que van a los conciertos y se cuentan su vida, a voz en grito, porque si no no se oyen, claro. Y se pasan prácticamente todo el concierto así, sin hacer caso al grupo, que no sé para que pagan la entrada, porque para hablar se me ocurren muchos y mejores sitios en los que no tienes que dejarte parte de las cuerdas vocales para hacerte entender.

Y lo peor es cuando no son dos, que intentan gritarse al oído, sino cuando es un grupo de tres o mas, y gritan entre si. Últimamente tengo tan mala suerte que cuando creo que he conseguido un buen sitio y ya es prácticamente imposible moverse a otro siempre se me sitúa un grupo de estos delante, detrás o a cualquiera de los lados.

En el último del Sr. Mostaza se turnaban dos tipos borrachos que vociferaban lo mucho que se apreciaban el uno al otro a la altura de mi nuca, con una pareja de chicas a mi derecha que se estaban dando consejos de cómo superar una ruptura de pareja a unos cien decibelios. Y encima eran malos consejos.

Llega un momento en que no me puedo abstraer, es como si mi cerebro bajará el volumen de la música mientras sube el de la gente, hasta que solo oigo eso, voces y murmullo. Como cuando te acuestas escuchando el goteo de un grifo y acabas con los ojos como platos y la gota resonando en tu cerebro, sin que exista otro sonido a tu alrededor. Y entonces el concierto pierde su magia. Y yo me pongo de mala leche.

En un concierto acústico hace meses, Coque Malla se atrevió a pedir al público que guardara silencio tras tener que para unas cuántas veces debido a que el murmullo sobrepasaba el nivel de su acústico. Al lado tenía a un grupo que al principio del concierto parecían unos fans incondicionales del cantante, pero que esa petición (eran de los que no callaban ni bajo el agua) les sentó peor que si les hubiese mentado a la madre desde el escenario. Se pasaron el resto del concierto refunfuñando, insultándole y por supuesto, sin callarse.

Menos mal que de vez en cuando, hay conciertos en los que para lo único que la gente abre la boca es para corear las canciones a pleno pulmón. Antes me molestaba, ahora no, mientras cantan no gritan.

Eso lo saben bien los de Love of Lesbian, nunca he visto tantas caras de felicidad como en sus conciertos. Y saltos, y coros desafinados, y gafas de colores…

DON`T STOP THE MUSIC

Siempre ha estado ahí. De fondo, casi inaudible, o en primer plano, a todo volumen. Casi todas las épocas de mi vida tienen una banda sonora. Hay veces que sólo suena una vez y esa canción se convierte en el recuerdo de un momento único e irrepetible. Otras veces, la misma música envuelve distintos instantes a lo largo de mi vida. Algunas canciones hace muchos años que no las oigo, pero siguen ahí, las recuerdo como si fuera ayer. Otras van llegando y se suman a mi larga lista de imprescindibles.

Jamie Cullum es de los que me ha acompañado en muchos buenos momentos desde que lo descubrí, allá por el 2003. Ha compartido muchas tardes de trabajo con mi socio y conmigo, alegrándonos el final de unas jornadas más que largas. Hace ahora tres años nos enamoró su directo en un concierto que marcó el principio de un final en mi vida. Poco después una de sus canciones me aceleraba el corazón cada vez que sonaba en mi móvil. Y hace unos meses, la última vez que tuve el placer de oírle tocar en directo acababan cuatro días increíbles en los que había disfrutado del amor de una manera mágica.

Hace unos días compré su último trabajo. “The Pursuit” que refleja de nuevo el eclecticismo de este músico de jazz que igual interpreta el clásico de Cole Porter “Just One Of Those Things” con la orquesta de Count Basie, que muestra su lado más pop en una divertida “I’m All Over It”

Estoy segura de que me va a seguir acompañando en muchos buenos momentos que aún están por llegar.

EL CLUB DE LAS CANCIONES. Roxanne

Llego tarde. Es ya la madrugada del sábado. Esto es ya una costumbre en mí. Pero no puedo evitar darme una vuelta por el Club. Y esta noche hay un montón de canciones buenas poniendo música al tema elegido: la prostitución.

Mientras tanto, una gran canción, todo un clásico (Y muchos recuerdos).

Más participantes en El Club de Las Canciones.

TEQUILA! de nuevo

Han vuelto. Aunque nunca se habían ido, por lo menos de mi vida. De vez en cuando siempre me tropezaba con alguno de sus temas, en algún recopilatorio, en alguna versión, o como más me gusta, en algún concierto de Ariel Rot, en esos momentos de cierre de concierto en que el público saltaba como loco con esos viejos temas.

Fue mi primer grupo, yo tenía trece años, y recién estrenado tocadiscos, un gran armatoste de sobremesa en el que me encantaba oír sus canciones potentes, divertidas y nuevas, ¡además entendía las letras!. Cuando tuve edad para ir a conciertos se acababan de separar, así que me quedé con las ganas.

Y estos 25 años, el tiempo ha pasado tan rápido, más por fuera que por dentro… y yo los sigo viendo como aquellos chavales que llenaban un escenario con toda su música, aunque Alejo tenga menos pelo (menos es un decir), y ya no se recorra el escenario saltando.

Algunas cosas han cambiado, otras afortunadamente, no.

Como dicen en su nuevo clip de su antiguo tema “Que el tiempo no te cambie”:  y el niño aquel que tu eras antes se fue, no está, y aunque eres el mismo, ya no es igual, pareces distinto, debes buscarlo lo vas a encontrar….

Acabo de leer en El País Otro trago másel artículo sobre su concierto de ayer en Pacha, y además de darme envidia por el concierto, por poderlos ver en un recinto tan reducido y rodeado de casi todos mis músicos favoritos, me han dado ganas volverlos a escuchar, otra vez.