Relato: CAMBIO DE IMAGEN

Se miraba y no se reconocía. Aquel cirujano había hecho un buen trabajo. Quedaba algo de su yo anterior en su mirada, un toque de soberbia e ironía que gustaba mucho a las mujeres, pero había que ser muy buen fisonomista para relacionar su cara de antes con la de ahora, ni siquiera podría pasar por su propio hermano… primos como mucho.

Salió del lavabo y se ajustó la chaqueta, se palpó el bolsillo por décima vez para cerciorarse de que la cartera seguía allí, con su nueva y flamante documentación, repetía mentalmente su nuevo nombre como si fuera un mantra, tenía que conseguir identificarse con él hasta que ni en sueños le resultase extraño.

La sala de vistas estaba llena, casi todo el público sentado llevaba una camiseta negra con las palabras “QUEREMOS NUESTRO DINERO Y QUEREMOS JUSTICIA” estampadas en color blanco. El caso había salido en todos los canales durante varios días, no era usual que el director e interventor de un banco se unieran para realizar estafas y desfalcos en las cuentas corrientes de todos los clientes, así que cuando detuvieron al interventor y anunciaron la fecha del juicio no pudo evitar retrasar sus “pequeñas vacaciones” al Caribe, tenía todo el tiempo del mundo.

Ahora estaba allí, mirando al pobre y sudoroso Rodríguez flanqueado entre sus dos abogados, sin fuerzas para sostener la mirada desdeñosa que la testigo que estaba declarando en ese momento le lanzaba cada vez que acababa sus frases. Intento recordar su nombre pero no lo consiguió, él solo recordaba números de cuenta y saldos.

Era como estar en su propio entierro, oyó tantas veces su nombre que le extrañaba que nadie se girase y le señalase con el dedo. Sentía una mezcla rara de pudor y orgullo cada vez que le achacaban la autoría de toda la estafa multimillonaria. Reconocía que se le daba bien la gente, todos acababan confiando en él.

Miró el reloj, debía faltar poco para el segundo descanso, empezaba a tener hambre y tenía ganas de salir a tomar el aire, pero se sentía un poco incómodo caminando por los pasillos del Juzgado, se sentía observado y le entraba ese cosquilleo en el estómago que le hacía tener unas tremendas ganas de salir corriendo de allí.

–         José Salvador! José Salvador! José Salvador! ¿Don José Salvador?

Las caras que le miraban con curiosidad a su alrededor le hicieron recordar de pronto que ese era su nuevo nombre. Se giró hacia la voz mientras esbozaba su mejor sonrisa.

–         Si, si soy yo. Dígame

–         Acompáñeme fuera de la sala por favor – mi sonrisa se había diluido al comprobar que quien se dirigía hacia mi era un policía de paisano que estaba colocando su placa frente a mis ojos.

–         Se ha debido de equivocar, estoy aquí de público, no soy testigo ni nada – intentaba aparentar toda la calma y naturalidad del mundo mientras mi mente funcionaba a toda velocidad intentando descubrir si algo me habría delatado.

El hombre se inclinó hacía mi, sonriendo, y acercó su boca a mi oreja.

–         Acompáñame fuera hijo de puta, no me he confundido, llevo años buscándote y tengo tu cara grabada en mi cabeza, ahora me contarás porque te divertía tanto violar y matar a todas esas niñas, ¿o prefieres resistirte y que tenga que sacar la pistola?

Me puse en pie completamente desconcertado y caminé delante de él hacia la puerta de la sala, algunas personas nos miraban con curiosidad, supongo que mi cara descompuesta debía llamar la atención.

En la última fila la vi. La cirujana plástica que me había operado, la que me había dicho que lo dejara todo en sus manos, que me iba a dejar muy guapo y totalmente irreconocible. Lucía una sonrisa de triunfo tan oscura que hacía juego con la camiseta negra que llevaba.

De pronto sentí mucho frio.

 

Relato: TOURNEDÓ

Ya no puedo mirarla, desde la boda no aguanto ni su olor ni su presencia, me dan arcadas solamente de imaginarla cerca pero no puedo evitar sentirme atraído por ella, me sigue gustando.

Había ido al banquete sin ganas, era un compromiso de trabajo y ningún socio podía ir ese sábado, así que había desempolvado uno de mis mejores trajes y me había mentalizado para perder uno de mis escasos días libres. La ceremonia se celebraba en una Masía entre huertas, al aire libre, algo que últimamente está de moda entre los que no se quieren casar por la Iglesia pero no quieren renunciar al paseo entre flores a ritmo de marcha nupcial. Llegué poco antes de que acabara y me quedé por el final observando al resto de invitados.

El caso es que en mi invitación ponía que mi mesa asignada era la nº 12 y cuando me dirigí hacía allí me llevé la grata sorpresa de ser el único varón que iba a sentarse en ella. Cinco mujeres que rondaban la treintena, guapas y elegantes, saboreaban una copa de vino y reían, y aunque soy normalmente tímido enseguida me hicieron sentirme cómodo. Parecía que no iba a ser una tarde tan pérdida.

Empezaron a llegar las bandejas, entrantes de degustación de minúsculo tamaño y largo nombre, imposible de recordar. Me dí cuenta del hambre que tenía cuando me zampé la primera docena sin apenas notar peso en el estómago. Ellas seguían bebiendo, riendo y jugueteando con sus cubiertos y la comida. Aunque se acabaron entre alabanzas la Ensalada de jamón de pato y foie con naranja que a mí me pareció más bien escasa, casi ni tocaron el Crujiente de merluza, eso sí, las botellas de vino llegaban y se vaciaban casi al mismo tiempo, y mientras yo comía y sonreía, ellas seguían riendo.

Cuando sirvieron el Tournedó de Ternera Blanca con Salsa de Setas creí estar en el paraíso, nunca había probado un plato tan deliciosamente elaborado, mi cara de satisfacción y mis gemidos de placer gastronómico hicieron que todas me quisieran regalar sus platos con aquellos filetes redondos y coronados por una nube de salsa que ninguna de ellas iba a probar. “No nos cabe nada más… nos guardamos para el postre…” me decían riendo mientras empujaban sus platos hacia mí.

Y me los comí todos, los seis contando el mío. Luego vino el sorbete, y el postre, Esmeraldas de chocolate con láminas de rosquillas, y la tarta nupcial, las copas…

El domingo lo pasé entre la cama y el baño, vomitando lo que a mí me parecía un volumen tres veces superior al que había ingerido el día anterior. La cabeza me estallaba y los retortijones no me dejaban ni estar de pie. Realmente creí morir.

Ahora no puedo ni ver la carne, no solo la ternera, lo he intentado con cerdo, caballo, hasta pollo… en cuanto mis mandíbulas empiezan a masticar la textura fibrosa de la carne algo en mi interior se rebela y las arcadas me impiden continuar. Llevo días alimentándome de pseudo hamburguesas vegetarianas, de tofu y soja, para no desfallecer, porque odio la verdura, y el pescado, yo soy carnívoro, me gusta la carne.

Miro a través del cristal de la carnicería la precisión del cuchillo separando los filetes de la pieza de carne, casi puedo sentir el sabor del solomillo… y en mi cerebro se mezclan lejanas risas con una atroz nausea.

SUEÑO

¡¡Madre mía!! Ya son casi las once y aún me falta por entregar la solicitud del master. Joder, joder, joder, y yo que creía que me daba tiempo de sobra y que me iba a escapar un rato. ¿Seré inocente?… donde está,… aquí.

Se quedó mirando las hojas manuscritas. Sus ojos pasaban rápidamente por los trazos apresurados, llenos de correcciones pero seguros. La mano izquierda pellizcaba su labio inferior mientras con el bolígrafo que tenía en la derecha aún añadía nuevas correcciones sobre el papel antes de pasarlo al ordenador.

Cogió la cazadora. Se disponía a salir y se volvió a acordar de ella. Últimamente apenas se habían visto y sabía que también ella estaba muy ocupada. Le había dicho, en las contadas ocasiones que habían hablado por teléfono, que tenía un montón de líos en el trabajo, pero por encima de esa sobrecarga, él sentía que algo no andaba del todo bien. No sabía muy bien porqué, pero últimamente parecía percibir una leve sensación de tristeza en su forma de hablar que no le dejaba tranquilo. Quiso quitárselo de la cabeza, y quitársela a ella también. Sólo un ratito pensó, y le pidió disculpas mentalmente por separarse de su eterna compañía. Pensó que si hubiese dormido un poco más, seguro que se sentiría más seguro y no se dispersaría tanto. Pero se sentía cansado. Había dormido tres horas escasas y a esas alturas de la mañana ya todo empezaba a espesarse más de la cuenta. Le pasaba de vez en cuando, ya hacía unas semanas que no, pero anoche volvió a ocurrir. Se acostó, se puso a leer un rato y luego dejó el libro e intentó dormir. Pero entonces ella se metió de nuevo en su cabeza. Estaba preciosa. Se acercó a sus labios y le besó. Era un beso suave, dulce y lleno de ternura, pero a la vez, le decía con ese beso todo lo que ella deseaba. Y entonces no pudo evitar sumergirse en un duermevela lleno de imágenes sexuales que le transportaban a otro momento y otro lugar. Y se marchó con ella, a su casa. Entró en el cuarto y la despertó con sus caricias. Ella le miró sorprendida y se abrazaron.

Hola – le dijo – te echaba de menos y no podía hacer otra cosa que no fuese venir a estar a tu lado, no podía hacer otra cosa que no fuese estar aquí mirándote.

¿Porque has tardado tanto? – su mano le acariciaba suavemente la mejilla, recorriendo de nuevo esos rasgos que sabía de memoria, que tantas veces había acariciado en su imaginación.

Lo siento cariño… – ella le puso un dedo en los labios y con la mirada le dijo que no importaba. Que ahora estaba allí, a su lado. Y era sólo para ella.

Sus labios se juntaron, suavemente al principio, como si se reconociesen. Besos dulces, lentos e interminables, hasta que las manos empezaron a buscar ansiosamente la piel del otro. Una mano que recorre una espalda, una lengua sobre un dragón, movimientos contenidos, una cadera que lentamente se abraza a otra en un vaivén acompasado y suave.

 

Amanece. Una tenue luz empieza a iluminar el cuarto. Siente frío, está desnuda. Contempla la almohada a su lado, vacía, la toca suavemente, como para cerciorarse de que no hay nadie a su lado. Se acurruca bajo las sabanas buscando de nuevo el sueño. Buscándolo de nuevo a él, aunque sabe que tardará en volver, cada vez más.

Relato: HALLOWEEN

A ella todo esto de Halloween le parecía una tontería, pero como todos se habían entusiasmado con la invitación de Juan, no se iba a quedar ella sola en casa el sábado por la noche por no disfrazarse.

Llevaba toda la semana comiéndose la cabeza con que disfraz le sentaría mejor. El lunes por la mañana solo pensaba en hacer un par de agujeros a una sabana e ir de fantasma. El miércoles ya se había animado y quería buscar algo con un poco de glamour. Se imaginaba a las demás luciendo escotes de Vampirella y decidió que no podía desentonar tanto. El viernes por la noche se la pasó ajustando el vestido de Morticia que había comprado al tamaño de sus caderas.

Faltaba poco para que la recogieran y se miraba y remiraba en el gran espejo de pie de su habitación. El vestido completamente entallado se pegaba a su cuerpo. Le gustaba el contraste entre sus caderas y la cintura, le hacía parecer más esbelta. Después se iba estrechando hasta que casi le impedía andar cómodamente. Tenía que dar pasitos cortos y con cuidado de no pisar los picos que el vestido arrastraba por el suelo. Le encantaban las mangas que acababan en un largísimo pico y el profundo escote en forma de V. La peluca negra y el maquillaje hacían que no se reconociera en el espejo, aunque le gustaba la mujer fatal que veía reflejada en él.

El timbre la sobresaltó. Su amigo Julio había aceptado disfrazarse de Gómez, lo que no le favorecía nada, parecía un triste funcionario con bigote, pero se abstuvo de decírselo y le dijo que estaba genial.

Subió al coche y empezó a sentir que el traje dominaba sus movimientos. Más que entorpecerlos los volvía lentos y elegantes. Julio le miró, y guiñándole un ojo arrancó el coche. Los dos estaban nerviosos. Juan era famoso por sus fiestas y era un honor ser invitado a una de ellas.

Al cruzar la entrada de la urbanización ya se oía la música. Cuando se acercaron un poco más reconoció la canción, mOBSCENE de Marilyn Manson. No le disgustaba pero siempre conseguía inquietarla.

Una de las características de las fiestas de Juan es que había “sorpresas”, nadie sabía como se las arreglaba, pero decían que sus famosos cócteles llevaban sustancias de siglas extrañas facilitadas por un amigo químico. Creía en la “felicidad universal”, aunque ella pensaba que no dejaba de ser una leyenda.

Precisamente su grupo de amigos estaba al lado de la barra en el salón principal. No paraban de servir combinados y el movimiento en esa zona era incesante. Se unieron a ellos y al cabo del rato ya no le importaba la estrechez del vestido en los tobillos.

Hombres lobo, vampiros, brujas y muchos zombies… todos bailaban a su alrededor. No sabía si se debía a los cuatro combinados que se había tomado, o a que no llevaba las gafas para no desentonar en el disfraz, pero empezaba a sentirse confusa y a verlo todo un poco borroso. Las caras se difuminaban delante de ella y no reconocía a nadie. Decidió salir al jardín a despejarse un poco.

Hacía frio, pero se recostó en una de las tumbonas y cerró los ojos. Necesitaba descansar la vista. Un grito lejano la sobresaltó. Se había quedado traspuesta. La copa que llevaba en la mano cuando se sentó se había derramado sobre la tumbona. Miró a su alrededor a ver si encontraba a alguien conocido pero seguía sin reconocer a nadie. Vio un bulto cerca de la piscina, era un tipo disfrazado de zombie que se movía rítmicamente sobre otro bulto. Esa chica va peor que yo, pensó. De pronto se dio cuenta que los movimientos que el zombie hacía no eran de pasión, parecía que la estaba mordiendo. Que bien hecho está ese disfraz… en ese momento se volvió hacía ella. Los ojos eran dos puntos rojos que la apuntaban mientras de su boca le colgaba una masa sanguinolenta que aún estaba unida a lo que parecía un tórax humano.

Se puso en pie de un salto. Algo le decía que aquello no era un disfraz. Y si lo era, no le gustaba nada. Nunca había soportado las películas gore, aunque supiera que eran de mentira.

Entro a la casa con el corazón bombardeándole los tímpanos. Solo en ese momento se dio cuenta del silencio. No había música. ¿Cuánto tiempo habré dormido? ¿Ya se ha acabado la fiesta?. Tropezó con una chica que estaba tirada en el suelo, no había mucha luz, formaba parte de la esmerada ambientación. Era una bruja con la que había estado charlando hacía un rato, una ex de alguien, no recordaba muy bien de quien.

Se iba a agachar a preguntarle si estaba bien cuando algo en su postura la paralizó. Su cuerpo no era normal, era demasiado corto, la recordaba más alta. ¡Las piernas! No las tenía, su cuerpo terminaba bajo la falda acabada en jirones de su disfraz.

Empezaba a ahogarse. Le faltaba el aire. Miró a su alrededor. No se atrevía a moverse. Esperó a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra y se fijó en los cuerpos que estaban esparcidos por el salón. Era como si todos se hubieran desmayado en mitad de una canción, sólo que en algunos sitios no había personas, sino miembros desgarrados.

Escuchó un grito. Venía del piso de arriba. Era un grito de horror. Lo sabía porque era el que ella hubiera pegado si el pánico no la hubiera paralizado mientras esos puntos rojos se acercaban hacía ella, mirándola fijamente, hipnotizándola.

.

El timbre de la puerta la sacó de sus recuerdos. Ahora se arreglaba para otra fiesta. De nuevo la daba Juan. Esta vez había que intentar imitar a los románticos ingleses de principios del XIX. Ella había escogido a Mary Shelley. Las ojeras y su tez extremadamente pálida le habían facilitado la caracterización.

Bajó las escaleras hacía el portal y empezó a notar la ansiedad que sentía últimamente antes de acudir a las fiestas, cuando Juan le mandaba un sms y le confirmaba que esa noche volvería a haber carne fresca.

NANCY (El Club de los Jueves)

Estoy sentada en el asiento de detrás del coche de papá. Sola. Me siento rara. Miro hacía la caja que tengo a mi derecha. Es la primera vez que le regalan algo a ella y a mí no. Siempre nos traen lo mismo. Para que no nos enfademos. En su santo nos compran dos regalos y en el mío también. Y como nos gusta lo mismo…

Pero ahora miro la caja de la Nancy y el trajecito nuevo que está en el otro paquete y no entiendo porqué no me lo han comprado a mí también. Papá va conduciendo, muy serio, mientras mamá le va hablando. Ahora está más tranquila.

Hace una semana que no la veo, nunca antes habíamos estado separadas… ni siquiera cuando la tuvieron que meter en la incubadora. Mamá dice que incluso entonces estuvimos las dos juntas, aunque yo pesara lo suficiente para haberme ido a casa. Pero yo no me acuerdo. Claro, era un bebé.

Pero desde que se puso enferma aquella tarde después de la piscina… le dolía mucho la cabeza, y por su culpa no pudimos tomar el granizado de limón que había hecho mamá. Luego la llevaron al médico y ya no volvió. Mamá dijo que tenía que lavar toda la ropa de casa y que teníamos que ponernos una inyección. Vino mi tía a casa y mamá lloraba, oía palabras que no entendía… virus, meningitis, cuidados intensivos… y mamá diciendo que sólo tenía nueve años, como yo. Y me miraba y volvía a llorar.

Ahora vamos a verla al hospital. Me han dicho que tiene una habitación para ella sola, y que las monjas le han llevado un tocadiscos, para que se entretenga. Que la están tratando muy bien, y que es la niña preferida de la planta, que todos la conocen… están un poco pesados con eso… tampoco será para tanto.

La muñeca me observa desde detrás del plástico transparente que cubre la parte delantera de la caja. Tiene un bonito pelo rubio, minifalda y botas altas. Yo también quiero una.

Papá aparca el coche y bajamos con los paquetes. Mamá lleva más bolsas. Creo que lleva comida, se quedará también esta noche aquí. Huele raro, y todo es azul, menos el suelo. Los azulejos que cubren las paredes son azules, la pintura de las paredes también, hasta el pijama que llevan las personas que pasean por los pasillos es de color azul.

Andamos por muchos pasillos hasta llegar a su habitación. Mi hermana está sentada en la cama. Está blanca, y más flaca. Le doy la muñeca y me quedo mirándola mientras abre la caja y sonríe. Me dice que le han puesto muchas inyecciones, y que algunas le dolieron mucho, como nunca le había dolido nada.

Ya no me importa la Nancy. Le pregunto que cuando volverá a casa.

 

 

Esta semana me tocaba a mí elegir tema y propuse a los miembros del Club que escribieran sobre un recuerdo de infancia o juventud. Podían manipularlo si querían (o no), pero siempre partiendo de un recuerdo real. Podéis leer más relatos en los blogs de:


BLOODY, CRARIZA, CRGUARDDON, ELEFANTEFOR, ESCOCÉS, JOSE ALBERTO, PSIQUI, QUADROPHENIA, UN ESPAÑOL MAS, XARBET

Relato: SPA

Me miro en el espejo y me siento ridícula. El gorro de natación me hace una cabeza diminuta en comparación con el albornoz dos tallas más grande. Las chancletas de dedo parece que las hayan diseñado para ir perdiéndolas todo el rato. Pero no podía decirle que no a Pablo, se ha molestado tanto en reservar una sesión de spa para nosotros solos, el restaurante, el cine… quiere que esta noche sea totalmente mágica.

Echo un último vistazo a mi imagen reflejada y cierro la puerta de mi taquilla. Me pongo la pulsera con la llave y me dirijo al ascensor. Pablo debe de estar esperándome, el no tiene que desmaquillarse ni posar ante el espejo hasta autoconvencerse de que podría ser mucho peor. Seguro que ya está chapoteando en la piscina.

Entro en la zona de aguas. Cuelgo el albornoz y dejo mis gafas en uno de los bolsillos. Veo letreros cerca de las duchas pero no distingo lo que pone. Las letras se me emborronan y soy incapaz de descifrarlas sin mis lentes. Supongo que serán las instrucciones que la chica de la entrada me ha dado, así que obedeciéndola me doy una ducha. A pesar de la cálida temperatura ambiente tengo un poco de frío.

La música relajante se escucha por debajo del ruido de las cascadas y fuentes de las diversas piscinas y zonas de relax. Agua por todas partes. Luz tenue y vapor. Algo bastante incompatible con mis dioptrías. Veo ligeramente borroso pero supongo que llegaré al agua sin problema. La chica me dijo que tenía que empezar por la piscina más cercana a las duchas, la de la catarata entre rocas falsas. Veo la cabeza de Pablo, o su gorro de baño, bajo un gran chorro de agua y entro despacio en el agua. La sensación es agradable, está caliente, pero no demasiado.

Me inunda una gran sensación de relax y nado suavemente hasta Pablo. Distingo su sonrisa bajo la cortina de agua que cae sobre él. Creo que tiene los ojos cerrados y le abrazo juguetonamente. El responde a mi abrazo y me aprieta contra su cuerpo. Nos besamos y pienso que nunca he hecho el amor debajo del agua, ni con él ni con nadie.

La excitación nos lleva a olvidarnos de donde estamos. Sus manos acarician mis pechos mientras nos besamos apasionadamente. Me empuja suavemente contra la pared de la piscina, bajo el agua un suave chorro acaricia mis muslos. Me arranca la parte de abajo del bikini sin que yo haga nada por evitarlo. Los ruidos de la cascada amortiguan mis gemidos cuando me penetra. Siento que voy a explotar de placer en uno de los orgasmos más intensos que he tenido nunca. Pablo jadea a mi lado, intentando recuperar la respiración.

Busco mi bikini e intento recomponerme por fuera. Por dentro mi corazón sigue latiendo aceleradamente y sólo pienso en la noche que me queda por delante. Sonrío y me relamo para mis adentros.

          ¡Señora! ¡Señora! – la voz de la chica de la entrada me saca de mis pensamientos. Está al borde de la piscina y me hace gestos para que me acerque. No la he visto llegar. Espero que no lleve mucho tiempo allí.

          ¿Sí? – intento que mi voz suene natural aunque estoy temblando. Nos van a echar de aquí. Deben tener cámaras.

          ¿Puede salir un momento? – no parece enfadada, pero sí preocupada, así que la obedezco y salgo de la piscina pisando con cuidado para no resbalar.

Echo a andar detrás de ella y se me ocurre que igual es alguna otra sorpresa que Pablo me ha preparado. Una oleada de calor me recorre el cuerpo al recordar lo que hemos hecho hace un momento.

Me ayuda a ponerme el albornoz y abre la puerta de salida. Al final del pasillo veo varias personas pero no distingo bien sus caras. Me pongo las gafas que tenía olvidadas en el bolsillo y me doy cuenta de que son médicos del SAMUR que se dirigen a la salida. Ha debido ocurrir un accidente.

La chica me sonríe y abre una puerta. Espero ver una camilla de masaje o algo así y eso es lo que me encuentro, sólo que ya está ocupada. Pablo está tumbado encima, blanco como la nieve. El único color que tiene en la cara es el amarillo betadine que sobresale del apósito que tiene en la frente. Durante unos segundos no puedo entender como ha llegado hasta aquí tan rápido. Si le he dejado en el agua hace unos segundos.

          Lo encontramos hace unos minutos desmayado en el vestuario. Parece ser que resbaló y se golpeó la cabeza. Cuando recuperó la consciencia nos dijo que había venido acompañado y fuimos a buscarla. Los médicos dicen que no ha sido nada. Apenas un rasguño. Eso sí, le saldrá un buen chichón – Pablo me mira. Parece un niño, tan indefenso… nada que ver con el hombre que hace un momento me poseía ardientemente.

Miro a Pablo y pienso si quedará muy mal que me vuelva a la piscina yo sola. Igual si le digo que es una pena desperdiciar todo el circuito…

 

………

Esta semana le tocaba elegir tema a Carmen, y nos traslado la propuesta de Glhoria “nacer y vivir desenfocados”.

Más relatos “borrosos” en los blogs de:

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Relato: DURANTE LA NOCHE

La noche se le estaba haciendo larga. Desde que era incapaz de conciliar el sueño por las noches no sabía qué hacer con tanto tiempo. El hambre solía atacarle pasadas las doce, pero una vez había comido un poco ya no sabía en qué entretenerse. Había leído varias veces casi todos los libros que tenía. Se sabía de memoria toda su colección de cine. Y la programación nocturna era un asco.

Se acordó de la primera vez que le pasó. Fue después de una noche increíble e interminable. Un viejo amigo de paso por la ciudad le invitó a una fiesta. Gente guapa, música, sustancias que nunca había probado… a partir de la madrugada sólo podía recordar momentos, instantáneas que se sucedían dentro de su mente. Una mujer de ojos negros, una cama de sabanas muy blancas, escenas de sexo que no sabía si había protagonizado o simplemente observado. A la mañana siguiente se despertó en su cama, desnudo. La cabeza a punto de estallarle. No recordaba como había llegado hasta allí. Esa fue la última vez que durmió de noche.

Al principio le dio por salir. Como nunca lo había hecho. Hasta casi el amanecer. Sus amigos de toda la vida estaban ya retirados de la marcha nocturna, y pensó en la primera noche que decidió salir solo, a aquel after. Fue entonces cuando se dio cuenta de la cantidad de noctámbulos que había por el mundo.

Durante esa época conoció gente de todo tipo, edad, raza y condición. Algunos le parecieron interesantes, otros, simplemente, unos fracasados de la vida que no tenían donde caerse muertos y por eso alargaban las noches hasta que casi las unían con el día.

 

Pero se había cansado, los años no perdonan y cada vez le costaba más salir, sobre todo en invierno. Enfrentarse al frío para intentar encontrar algo de calor humano en algún rincón de la ciudad…

Faltaban un par de horas para el amanecer y volvía a tener hambre. Le daba tanta pereza… se dirigió a la cocina y abrió la nevera. Le quedaba para un par de noches, luego tendría que volver a salir. Cogió uno de los últimos cuatro frascos y bebió hasta la última gota de sangre.

Aunque sabía que cuando se acabasen y le volviese de nuevo la sed… nada le retendría en casa.

 

 

All night long. Peter Murhpy

 


El único requisito propuesto por Jose Alberto era que eligiésemos una canción que inspirara nuestro relato. Podéis leer más relatos en los blogs de:


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Relato: SUSHI

Estaba nerviosa, como siempre. Le veía tan poco, cada vez menos, que cada encuentro era como una primera cita, con esa ansiedad que te deja el estómago del revés. Mil inseguridades antes de acabar de vestirse. Un último repaso al salón, la música que quería escuchar a mano. Quería que todo fuera perfecto, porque su amor lo era, bueno casi, sólo había un pero. Él no era libre, pero ella lo había asumido desde el principio. Sin exigencias.

Hacía un mes desde la última vez. Su trabajo y su familia no le dejaban mucho tiempo libre. Eso y su constante intento de dejarlo. Ella no le buscaba, pero se dejaba llamar, porque la pasión con la que lo amaba no le permitía renunciar completamente a él, por mucho que lo echara de menos. Le hubiera gustado tenerlo para ella sola. Pero lo conoció así. Y no lo habían podido evitar.

Recordó una de las primeras veces que se habían visto. En una taberna. Comieron unos montaditos mientras se miraban, se reían y se deseaban en silencio. Todavía no habían traspasado la frontera de la piel. Apenas se tocaban, con ese reparo que te da rozar a la persona que te gusta, para que no se note la descarga, los ojos diciendo lo que los labios no se atreven. No sabía porque terminaron hablando de comida japonesa, pero él acabó explicándole como hacer sushi con una revista enrollada que alguien había dejado encima de una mesa.

Ella le observaba mientras él le explicaba como extender el arroz, colocar el relleno en medio y empezar a enrollarlo con ayuda de una de esas esterillas salvamanteles. Despacio, muy despacio. Luego había que cortarlo con un cuchillo muy afilado, para que no se rompiera. Y ella lo miraba, sin preocuparse de aprender, porque en ese momento no le importaba nada el sushi, ni la comida japonesa. Sólo estar con él, y oírle reír. Y en ese momento hubiera deseado poder verle cocinar, en su casa, tomando una copa de vino y escuchando música suave. Sin prisa. Poder abrazarlo sin reparos. Suavemente.

De ese encuentro hacía ya dos años. Habían tenido momentos muy intensos donde no podían evitar verse casi cada día junto con etapas en las que habían distanciado sus encuentros. Ella sabía que la culpabilidad es mala compañera, y no quería que asociara su presencia a ninguna sensación que no fuera la felicidad o el placer. Por eso, en esos momentos, intentaba mantenerse al margen. Por mucho que le doliera.

Había llegado a la conclusión de que aunque los dos sabían que su historia no tenía futuro, no podían evitar amarse, así que cuando no aguantaban más la distancia, se volvían a encontrar. En esos encuentros el resto del mundo desaparecía. Sólo estaban ellos. Eran mágicos. Aunque luego doliera. Cada vez más.

Miró el reloj. Debía de estar a punto de llegar. Echó un último vistazo a la mesa, todo estaba preparado. Se había apuntado a un curso de cocina oriental y quería darle una sorpresa. Las bandejas con varios tipos de sushi y sushimi estaban en medio, a cada lado, cuidadosamente dispuesto, los platos cuadrados que había comprado para la ocasión, los posapalillos…  Se acordó de su hermana y sus consejos de relajación. Respiró diez veces, lenta y profundamente. Se sintió mejor.

En ese momento sonó el timbre de la puerta. El sobresalto le disparó el corazón al mismo tiempo que la sonrisa le llenaba el rostro. En la penumbra del recibidor se fundieron en un tierno abrazo mientras sus ojos y sus manos se reconocían de nuevo. Sabía que, como siempre, no podrían esperar, que acabarían en el dormitorio, amándose hasta que sus cuerpos quedaran satisfechos y agotados. Luego, más tarde, comerían y compartirían sueños inalcanzables. Como siempre.

Había escogido el vino con mucho cuidado. Sabía que no se notaría el sabor del compuesto, le habían asegurado que era insípido e inodoro, pero quería que en sus últimos momentos pudiera degustar un buen Rioja. Luego le habían dicho que les entraría sueño, y para cuando el colapso llegara al corazón, estarían de nuevo en la cama, abrazados, como siempre había soñado. Para siempre.

Relato: LA CÁRCEL

Llevábamos meses planeándolo. Cuatro de nosotros trabajamos en las instalaciones. No había sido difícil, la mayoría teníamos un currículum inmejorable, biólogos, veterinarios, zootecnistas, los mejores de la promoción y con un montón de masters y horas de voluntariado a nuestras espaldas. Nos fascinaban los animales, sobre todo en estado salvaje.

Recuerdo la primera vez que pise un zoológico. Me llevaron mis padres. Era pequeño y el hedor me pareció tan intenso que me costó acostumbrarme a una respiración pausada, casi mínima, intentando separar el oxígeno de los fuertes olores que despedían los distintos recintos. Al lado de la entrada estaba la celda del oso, un enorme oso encerrado en una recinto de tres lados de cemento y el frontal enrejado, aproximadamente tres por tres metros que el oso recorría incansablemente dando vueltas sobre si mismo. No miraba a los niños que gritaban incesamente su nombre, solo giraba y giraba…

El orangután era la otra celebridad del zoo, lanzaba peladuras y trozos de comida a los visitantes, mientras los miraba despectivamente desde la única rama que adornaba su jaula. Un par de chimpancés se movían sin parar por el suelo de la jaula.

Así fui descubriendo una jirafa que no cabía en su recinto, dos elefantes apretujados en veinte metros cuadrados, un hipopótamo sumergido en una especie de bañera…. Cuando me dirigía a la salida y pasé de nuevo frente a la jaula del oso no pude evitar sentirme mal dejándolo allí, solo, dando vueltas sobre sí mismo en una espiral que parecía no detenerse nunca. Durante unos segundos levanto la cabeza y su mirada se cruzó con la mía. Vi tanta angustia reflejada en sus pequeños ojos que apreté la mano de mi padre y retrocedí asustado. Movió su cabeza hacía ambos lados como en un ritual de paseo y reanudó su marcha.

A la salida había un puesto de chucherías y globos. Pero yo no quise nada. Sólo una bolsita de alpiste para darles de comer a las palomas en la gran explanada, cerca del estanque de los patos. Allí observé cómo las palomas se apiñaban a mi alrededor picoteando los granos y salían volando al menor de mis movimientos. Pensé en lo afortunadas que eran, aunque ellas no lo supieran.

Habían pasado muchos años, ahora ese antiguo zoo estaba cerrado. En la ciudad se acababa de abrir un parque con grandes extensiones donde los animales podían vivir casi en “libertad”, sin rejas visibles. Fosos, extensiones de agua, cercados de madera, cristales blindados. Todo para dar sensación de espacio abierto, sin barrotes. Animales bien alimentados y aburridos para entretener a las familias en su aventura dominguera.

Tras varios meses de trabajo en aquella falsa reserva, formamos un grupo en contra de las cárceles para animales.

Esperamos a que el guarda de seguridad se alejara hacia la puerta exterior del recinto, demasiado lejos, al otro lado del puente, para que no pudiera reaccionar a tiempo. Sabíamos que habría daños colaterales, pero nuestra acción haría que el resto del mundo reaccionase y se plantease la inutilidad y crueldad de estos recintos.

Una a una fuimos accionando la apertura de las puertas de los distintos espacios. Los lémures fueron los primeros en salir y desaparecieron rápidamente por los rincones del parque. Desde la torre acristalada observamos los ojos iluminados de las hienas mientras avanzaban entre las mesas del restaurante desierto. Los elefantes se agruparon alrededor de los primeros árboles de verdad con los que tropezaron.

Un grito desgarrador seguido de un rugido nos indicó que la pareja de leones había llegado a la entrada.

Esta noche por fin podría liberar al oso.

Relato: DOCTOR ROBERT

Últimamente me encontraba bastante decaído. Me habían despedido del trabajo, y mi novia me acababa de dejar,… vamos, lo normal. Terminé por buscar soluciones en el fondo de una botella de vodka, mientras le contaba mis problemas a cualquiera que se pusiera a tiro. Y así le conocí. Creo que era la cuarta ronda, aunque puede que fuera la sexta. Es que soy de Letras. El caso es que este tipo, en lugar de salir corriendo, aprovechó una ocasión en la que paré a coger aire… y me habló de él. Del Doctor.

Al día siguiente, sin pedir cita me presenté directamente en su consulta, a ver si tenía un hueco. Nada más cruzar la puerta de la sala de espera supe que tenía que haber llamado antes. No menos de cinco o seis personas de aspecto variopinto estaban esparcidas por las butacas y sofás que llenaban esa extraña antesala.

Me senté en una esquina y observé al resto de las personas que estaban esperando. Un tipo larguirucho de nariz ganchuda y gafas de pasta se estrujaba las manos mientras mecía ligeramente su cuerpo en un suave balanceo. En el sofá de al lado dos tipos greñudos con aire intelectual hablaban animadamente, mientras miraban nerviosamente la puerta de la consulta con bruscos giros de cabeza. En la butaca de enfrente había una misteriosa mujer vestida de negro que fumaba sin parar, llevaba puestas unas grandes gafas de sol que le ocultaban casi toda la cara, y la parte que quedaba al descubierto se mantenía arrugada en un mohín de asco.

Sonó un timbre y a los pocos segundos una cabeza de morsa apareció tras la puerta.

La puerta de la consulta se abrió y pude ver como un tipo con bata de médico y el pelo blanco se despedía cordialmente de un joven de melena rizada que lucía el torso desnudo bajo un chaleco de piel abierto. El chico me resultaba familiar pero no sabía situarlo. Cruzó la sala camino de la salida de una manera tan suave que parecía que flotaba en vez de andar.

La mujer de negro entró apresuradamente y cerró la puerta tras de si. El tipo larguirucho seguía frotándose las manos compulsivamente. Parecía realmente angustiado. Al cabo de lo que me pareció una eternidad se volvió a abrir la puerta. El doctor le dio dos besos a la mujer que salió de la consulta con una expresión de total y absoluta felicidad.

Los jóvenes no tardaron ni dos minutos. Entraron y salieron tan agitadamente que no me di cuenta de que el tipo de nariz ganchuda ya había entrado hasta que giré de nuevo la cabeza hacia la sala.

Éste se tomó su tiempo, se conoce que traía ganas de hablar, porque podía oír desde fuera un runrún delator parecido al ruido que te hacen las tripas después de una sobredosis de guacamole. Para hacer tiempo me fijé en los detalles de la sala de espera, que parecía haber sido decorada intentando que apareciesen los 16 millones de colores esos que dice el Windows que tiene. En las paredes había cuadros de arte pop, junto con fotografías retocadas y pintadas con colores vivos. Ahora que estaba solo me di cuenta que un fino hilo musical estaba puesto. Un sitar producía una relajante música de fondo con un sonido delicado y brillante.

Me puse en pie cuando escuché el sonido de la puerta al abrirse. El tipo que salió de la consulta no parecía el mismo que había estado sentado junto a mí, se le veía tan tranquilo cuando me sonrió al pasar junto a mí.

¿Doctor Robert? – me acerqué alargando la mano para saludarle.

Encantado, pase, pase a mi consulta – me empujaba suavemente hacía el interior.

El muestrario de drogas legales que había sobre su mesa habría sido el sueño de cualquier adicto. Anfetaminas, morfina, antidepresivos, heroína, inyecciones de vitaminas…

Dígame, ¿Cuál es su problema? – su sonrisa inspiraba una total confianza.

Hablé, y le conté, mientras el me miraba e iba separando pastillas y metiéndolas en un frasco, sin perder la sonrisa, asintiendo, contestándome y aislando todos aquellos problemas que me corroían por dentro. Me alargó una pastilla de color verde y un vaso de agua. Yo hablaba y hablaba, hasta que de pronto sentí como si mi cerebro se expandiera, a la misma velocidad que mi cuerpo dejaba de pesar, y mi angustia desaparecía. Una gran paz interior se apoderó de mí. Ya no me apetecía hablar, solo quería salir y disfrutar del sol, estaba seguro de que brillaba en todo su esplendor… “day or night I`ll be here anytime”…

El sol me cegó momentáneamente cuando salí a la calle. No lo recordaba tan brillante desde hacía tiempo. Me puse las gafas de sol y le sonreí.

Apreté el bote que mi mano encerraba dentro del bolsillo… “he´s a man you must believe”…