EGOISMO, CONCILIACION Y HUSOS HORARIOS

huso-horario

Ana hace un excelente análisis en su último post de lo difícil que es clasificar o definir nuestra sociedad de una manera absoluta y única. Como dependiendo de nuestro entorno, de la realidad de ese instante, de las influencias personales, o de las últimas noticias podemos mostrarnos buenos o malos, solidarios o egoístas, o como ella dice disfrutones o sacrificados.

Y es la disyuntiva de solidario o egoísta una de las que más me asombra. Porqué en determinadas ocasiones cuando nos enteramos de una noticia que es buena para un sector de la población hay otro sector que se muestra escéptico, enfadado o directamente odioso debido a una envidia malsana.

El otro día leía en el face de @Malasmadres (blog imprescindible para madres imperfectas)que Lleida en una experiencia piloto invitaba a cerrar los establecimientos comerciales a las 19:00 horas para acercarse al horario europeo y facilitar la conciliación laboral. La noticia en sí me parecía estupenda y como he escrito alguna vez, me pudo la curiosidad y entré a leer comentarios. No me defraudaron (modo irónico), a pesar de que gran parte de ellos se congratulaban de la medida y deseaban que ese horario se extendiera para todos y para siempre, había otro número nada desdeñable que  se movía en un arco que iba desde el escepticismo augurando caída de ventas y desastre económico hasta el enfado iracundo del tipo: “¿y yo que? ¿Si yo acabo de trabajar a las 20:00 o 21:00 horas porqué no voy a poder ir a comprar a esa hora? ¡Claro y así se acabará con el pequeño comercio, solo sobrevivirán las tiendas online que pueden vender a cualquier hora!

Los argumentos en contra en general destilaban entre líneas un “yo también quiero y no puedo” oculto que me recordaba a esa envidia rencorosa que siempre ha habido contra los profesores por sus supuestos tres meses de vacaciones pagadas, contra los funcionarios por sus puestos fijos y tardes libres, y en general por cualquiera que comparativamente trabaje “presencialmente” menos horas que nosotros.

Lo peor de todo es que muchas de esas personas que se quejan de sus horarios infinitos no hacen nada por cambiar la situación, y no me refiero a acortar o modificar su propia jornada que muchas veces no depende de ellos, sino de no participar en alargar la de los demás. Los horarios comerciales de las grandes superficies son demenciales para quienes trabajan en ellos, y si la gente tuviera un poco de empatía se abstendría de ir a comprar a las nueve o diez de la noche, o de pasar el domingo de tiendas. Esto es como los programas de telebasura, con la excusa de que la gente los pide, si nadie utilizara esos horarios acabarían desapareciendo.

Si viajas por Europa te das cuenta del demencial horario que llevamos en este país, y lo peor es que lo llevamos con ese orgullo de “que bien se vive en España”, y sí, si eres turista o estudiante con ganas de salir todas las noches. El cambio de huso horario no solo hace que te levantes temprano y el sol ya esté brillando con lo que no tienes tantas ganas de esconderte bajo el edredón, sino que te condiciona el resto del día: la jornada empieza antes, se come temprano y se sale pronto del trabajo sin hacer apenas pausa más que para una comida ligera y rápida, e intentar comprar más allá de las siete de la tarde, por no decir las seis, es casi imposible a menos que estés en zona súper turística. Aquí algunos salen del trabajo cuando media Europa ya ha cenado y se sientan a cenar cuando ellos están a punto de acostarse, mientras que la hora de levantarse para ir a trabajar es casi la misma, con una diferencia de una hora más menos, y lo peor es que arrastramos a los niños a ese horario. Así vamos luego.

Muchas empresas están reduciendo su jornada laboral sin disminuir los salarios para mejorar la calidad de vida de los que trabajan en ella. No sólo no disminuye la productividad sino que aumenta, y también la fidelidad de los trabajadores. Se siguen pautas trasnochadas en el mundo laboral, paternalistas en cierto modo, como si hubiera que vigilar que las personas hacen su trabajo por medio de controlar las horas que están en él, en vez de darles libertad a la hora de programar sus tareas diarias. No hay nada como tener un montón de horas por delante para que acabes distrayéndote y perdiendo el tiempo tontamente, mientras que si te responsabilizas contigo mismo de cumplir los objetivos diarios que te marcas y que una vez cumplidos te puedes ir a casa estableces como prioridad acabarlo.

Y no hace falta tener hijos o familia para defender la conciliación laboral, hay que tener simplemente ganas de disfrutar de la vida, de tu propio tiempo, que es lo único que no se puede comprar. En ningún horario.

PRIORIDADES

Interesante el análisis que hace Pat sobre la capacidad organizativa y directiva de la mujer en el ámbito doméstico, y la falta de aprovechamiento de estas cualidades en el ámbito institucional o empresarial.

Desconozco si ese mundo todavía tan masculino de directivos y ejecutivos de grandes empresas y corporaciones se mantiene por inercia, o porque las mujeres nos retiramos al llegar a una determinada altura del ascenso profesional al establecer otras prioridades, o porque ellos prefieren seguir moviéndose entre hombres para poder jugar a esos juegos de poder tan masculinos que a veces conllevan ciertas “recompensas” y situaciones en las que sería incómodo que una mujer estuviera delante.

Sigue siendo mayoritariamente la mujer la que pide permiso en el trabajo para acompañar al hijo al médico y la crianza de uno o más niños supone muchas visitas, incluso cuando están sanos, que las revisiones periódicas se pasan tan deprisa como las del coche, casi sin darte cuenta. Si añadimos ortodoncias, problemas de espalda o de visión, la agenda no da para más. Y reconozcámoslo, no nos gusta que nos cuenten las cosas, y los padres (por lo menos en mi caso) siempre se olvidan de preguntar algo importante. Estos permisos necesarios se unen a todos esos equilibrios que algunas nos hemos obligado a hacer para compaginar el trabajo con la intendencia doméstica de todos los días, la de saber que hay en la nevera y que pie calzan, por no hablar de la intensa vida social que desarrollan los niños desde la guardería a secundaria a cumpleaños semanal al que hay que acudir con regalo claro, y a los que por cierto acudían muy pocos padres varones, ni siquiera el del homenajeado.

Hubo un momento en mi vida profesional en el que tuve que decidir entre dos caminos, en uno iba a trabajar en algo que me gustaba, necesitaban una persona con mi experiencia y era una empresa consolidada en el sector, podía tener futuro, aunque el horario era inamovible, de los de fichar al entrar y al salir. La segunda opción era entrar en la empresa familiar, un trabajo que no me gustaba, más horas de las necesarias pero la libertad de entrar y salir en caso de necesitarlo. Elegí la segunda opción porque en ese momento decidí que quería tener hijos, y sabía que el jefe-recién abuelo me daría toda la libertad que pudiera necesitar para poder criarlos sin morir en el intento. Aunque al final tanto el volumen de trabajo como el sentimiento de culpa ante el resto de compañeros por abandonar el despacho más de lo necesario hizo que tampoco me tomase muchas libertades.

El caso es que no me arrepiento, he podido estar cerca de mis hijos, acudir a las reuniones del colegio, a sus fiestas de fin de curso, al final de casi todas las fiestas de cumpleaños de sus amigos, cuidarlos las pocas veces que se han puesto malos y sobre todo, conocerlos.

Esto ha sido una rápida reflexión personal basada en mi experiencia, para el verdadero análisis habrá que esperar al viernes, donde espero que Pat nos brinde esa explicación que nos prometió.

O no.

INTENSIVA

23:30. Pongo la alarma del despacho y bajo a la calle. Hoy ha sido una jornada realmente intensiva, tanto que casi se me junta con la de mañana.

23:35. Entro en casa y la encuentro tan vacía que me agobia. Mis hijos se han ido esta mañana a pasar unos días con los abuelos, y casi se me había olvidado. El silencio que me rodea me resulta extraño. En el fondo me hubiera gustado que se quedaran, este mes pasa tan rápido y estoy tan poco con ellos…

23:45. Mi nevera está en estado prevacacional, es decir, no repongo. Un tomate pequeño prestado, un trozo de queso y unos pimientos es lo más apetecible que reposa en sus estantes. También hay unas cuantas salsas exóticas para ensaladas, pero no tengo nada verde sobre que echarlas. No hay nada más triste que comer sola, sin ganas, de restos… y viendo noticias caducadas.

00:00. Zapeo esperando encontrar algo interesante que ver en la televisión, me quedo pillada unos minutos con un reportaje sobre la operación salida de vacaciones, pero me aburre el seguimiento a la familia protagonista. Sé que no debería, ya he estado demasiadas horas ante la pantalla del ordenador, pero no puedo evitar encender el portátil para leer alguno de mis blogs indispensables.

00:55. No tengo remedio. Mañana voy a estar para el arrastre.

.

Y queda 1 día, 15 horas, 48 minutos y 19 segundos.

REVESES

“En su trabajo, tras algún que otro revés, encontrará el camino despejado para conseguir notables progresos. Hoy sucederá algo relacionado con un posible viaje. También habrá una cierta mejora de su economía. La vida familiar será grata y apacible.”

Este conciso texto bajo el dibujito de una cabra debería haberme indicado que hoy iba a ser un día “difícil”, pero como nunca hago caso de los horóscopos no le he dado la más mínima importancia… hasta que han llegado los reveses.

Porqué si ya es complicado que el trabajo progrese adecuadamente (como las notas de los niños) en una jornada normal salpimentada con los habituales imprevistos diarios, esos que hacen que se te desmonte toda la bonita planificación preparada del día anterior, no te digo cuando además a primera hora de la mañana, antes siquiera del primer café, una de mis colaboradoras, última adquisición del despacho, me dice “Tengo que hablar contigo” y se sienta delante de mi mesa sin que yo la haya llamado. En ese momento sabía que lo que me tuviera que decir no sería bueno, por lo menos para mí, las buenas noticias, los cotilleos, los chistes… eso se dice mientras estás de pie, pero si se sientan…

Y efectivamente no era una buena noticia. Una oferta mejor en otro despacho, tan mejor que no se la he podido igualar. “El lunes ya no vengo” (estamos a miércoles), a punto de finalizar trimestre… menudo revés.

Mi cabeza se pone a trabajar a toda velocidad, hay que minimizar daños… aunque lo que más echaré de menos es su sentido del humor.

Un bocata y dos cafés después casi he conseguido repescar a alguien que también se marchó por otra oferta, pero esta vez he sido yo quien se la he podido mejorar. Revés (casi) superado.

De lo que ponía en el resto de la predicción no ha fallado mucho, aunque la mejora económica ha sido la normal en estas fechas tan señaladas y la vida familiar… siempre es grata y apacible, sobre todo desde hace unos años…

Lo del viaje ha llegado un poco tarde, ese revés en particular sucedió hace dos días, aunque no consiguió estropearlo del todo. Pero me hubiera encantado disfrutar de Javier Limón y sus Mujeres de Agua. Otra vez será.

GESTIONES

Yo no suelo salir mucho del despacho. Aunque tenga gestiones pendientes en la calle acabo enterrándome entre los papeles que diariamente inundan mi mesa y encargando las salidas más urgentes a los bancos a mi secre o a mi mensajero favorito.

Hoy ha sido una excepción. Tenía que actualizar unas firmas en un par de bancos en la otra punta de la ciudad y aproveché que tenía chófer con moto para intentar agilizarlo. Pero no hay nada como salir de la oficina una soleada mañana primaveral para no querer volver a entrar.

La mañana había empezado fatal. Una encerrona que acabará mañana en una reunión complicadísima, larga y que seguramente acabará mal para nosotros. Impotencia, mal humor y taquicardia. Luego mejoró, es sorprendente lo que hacen medio bocata y unos ojos azules. Y cuando al final pude centrarme, recopilar la documentación que me tenía que llevar y salir a la calle, ya se me había pasado el disgusto.

Pasamos de largo el control de velocidad que todos los días pone la policía frente a mi despacho. Observo las caras de los conductores, gesto malhumorado y mirada clavada en el infinito. La fila de coches parados es larga, cada uno con su policía a pie de ventanilla revisando documentación. Los pitidos que van parando a más coches se quedan atrás. Ya solo se oye el motor.

Avenidas, callejones y atajos. El casco antiguo brilla a esas horas. Sus calles empedradas están llenas de vida: turistas buscando algo en un plano, un grupo de estudiantes de excursión, filigranas barrocas nos acompañan desde el Almudín hasta la Iglesia de San Esteban, dos monjas nos miran de reojo al pasar por nuestro lado…

Son dos horas y media de paseo en moto, papeleos, sonrisas, un luthier y un aperitivo rápido.

Y … tu espalda.

Creo que a partir de ahora me ocuparé personalmente de las gestiones externas.

CRISIS

“Contigo pan y cebolla”. No fue una declaración de amor, pero casi. Mi socio y yo chateabamos y hacíamos planes sobre nuestra futura empresa… eso fue hace muchos años… después vinieron los ilusionados comienzos, las dudas, una OPA semi hostil con victoria final que ahora no me suena a tanta victoria, traiciones y desilusiones, nuevas ideas y sueños que dejámos por imposibles… pero siempre hemos estado de acuerdo en todo y hemos disfrutado trabajando juntos.

El primer café nos despertaba con confidencias. Un bocadillo compartido a media mañana para escondernos del teléfono. Las cervezas al final del día siempre aseguraban risas y aunque no desconectábamos del todo éramos capaces de reírnos del mundo. Sobre todo del que más nos agobiaba.

Pero hace un año que algo empezó a cambiar. Supongo que fue el stress. Demasiado trabajo, demasiadas decepciones con gente en la que confiábamos. Y poco a poco su carácter se fue tornando más serio. Se acabaron las bromas, las imitaciones y los monólogos que hacían partirse de risa a nuestra secretaria. Solo resoplidos, cabreos y alguna bronca.

Llevamos un par de años complicados en el despacho. Atrancados con los mismos problemas, saturados y con la impresión de no avanzar, de que los imprevistos diarios nos saturan y no nos dejan tiempo para organizarnos, para disfrutar del trabajo (si es que eso se puede hacer)… pero yo no pierdo el optimismo. Sé que juego con ventaja, que estoy feliz y pocas cosas pueden fastidiarme el día, pero a veces, cuando me despido de él y veo con la cara con la que se va a casa, su infelicidad… me rompe el corazón.

Hoy he intentado hablar contigo, transmitirte mi preocupación, no sólo por la montaña de trabajo atrasado que tienes, sino por ti. Porqué sé que no estás a gusto, que has perdido la ilusión.

Y creo que no me has entendido.

Y ya no sé que hacer para ayudarte, pero te necesito.

Como socio y como amigo.

EL CLUB DE LAS CANCIONES: Birth, school, WORK, death.

El tema propuesto esta semana por Gatita es el TRABAJO. Llevo peleándome con el mío todo el mes de Julio. Y hoy (y pido disculpas por aparecer tan tarde) que el mes se acaba me he dado por vencida, me ha ganado. No podré comenzar mañana mis vacaciones, todavía me queda trabajo para una semana más. Ya sé que debería alegrarme en los tiempos que corren, pero llevo un mes en que mi jornada ha tenido de intensiva que no acababa nunca. Y necesito desconectar.

Así que ligeramente deprimida por la saturación, el calor y el montón de papeles que he dejado encima de mi mesa el tema del grupo británico THE GODFATHERS me viene al pelo: Nacer, estudiar, trabajar, morir…

 

THE GODFATHERS. Birth, School, Work, Death

JUNTA

Hoy el día no prometía, ya desde primera hora de la mañana. En realidad, desde la una de la madrugada en que supe que la noche iba a ser larga. Correos, mensajes, tareas, balances, olvidos, obligaciones… tal y como aparecían en mi mente y los iba desechando, llegaban otros para sustituirlos. Incapaz de desconectar, me dejo llevar. Creo que al final me duermo porque sueño.

En el despacho miro el inmenso montón de papeles pendientes de archivar encima de mi mesa y el otro montón de correspondencia por abrir y decido salir a la calle. No he desayunado y necesito energía y alguna que otra sonrisa.

Una llamada de teléfono y me alegran la mañana. Hay momentos en los que me gustaría detener el tiempo, desaparecer, cometer una locura (otra vez) y olvidarme de todas las obligaciones (profesionales y personales). Luego me basta con haberlos tenido. Con sonreír al recordarlos.

Mis hijos aparecen por la puerta del despacho. Miro el reloj y veo que ya es más de la una. Ha sido una mañana poco productiva. He tenido un montón de visitas, todas personales. Y aún falta una por llegar.

La tarde promete laboralmente menos que la mañana. No me centro y por lo tanto no adelanto. Pero es que no tengo ganas de centrarme. Mi socio me pide que le acompañe a una Junta. Mi cabeza se pone rápidamente a cubrir los posibles imprevistos (tengo que recoger un decodificador de TDT para casa, los niños están sin tele, y no tengo cena preparada para dejarles, mi madre está en el hospital con mi padre a quien le están haciendo unas pruebas, y todavía no he llamado para ver como está, mi hermana esta a punto de ponerse de parto y sólo espero que no lo haga antes del fin de semana…)

A 20 minutos del inicio de la Junta estoy tirada en el suelo conectando el deco a mi tele, dando instrucciones a mis hijos por si tardo en volver y repasando mentalmente las cuentas que hay que dar en la reunión.

La Junta… los que viváis en una finca ya sabéis lo que pasa en ellas. Una mezcla entre “Aquí no hay quien viva” y “La Comunidad”, sólo que a veces la realidad supera la ficción. Así que unas 15 personas estamos sentadas en una vivienda portería recalentada por el sol y discutiendo por cuarta vez el mismo punto que iniciamos hace más de una hora. Mi socio dirige la reunión e intenta controlar al vecino díscolo que no está de acuerdo con nada y se va a demandar a si mismo si hace falta para fastidiar al resto de vecinos (nunca dejaré de asombrarme de la estupidez autodestructiva de algunos representantes del género humano). Tras dos horas y media de reunión, cuatro folios de notas y tres llamadas de mis hijos preguntándome si me falta mucho, que tienen hambre, se levanta la sesión. Menos mal que por lo menos estábamos sentados.

Salimos a la calle. Está lloviendo. Caminamos deprisa rezando porque Pili aún no haya cerrado. Tenemos suerte. Dos cervezas mientras me preparan unas croquetas y un par de pepitos para llevar. Al final ha sido un día demasiado largo. Son las once de la noche y aún no he llegado a casa, pero me gusta como ha acabado, de risas con mi “pedazo de socio” en la puerta de nuestro bar viendo llover.

Mañana creo que empezaré mejor el día.

«CONO»

Esta semana pasada he aprovechado que mi socio estaba (casi) de vacaciones para salir pronto del despacho. No había reuniones que preparar y no me apetecía quedarme sola trabajando. Además mi hija estaba teniendo dificultades en alguna asignatura del colegio con suspensos incluidos, y no podía responsabilizarla solo a ella. Así que a las siete me iba directamente a casa y cambiaba los números y las cuentas por deberes de primaria. Solucionaba las pocas dudas que tenía mi hijo (que es bastante autónomo en sus deberes), y las muchas que me planteaba mi hija, para acabar repasando juntas la asignatura que se le ha atragantado desde hace unas semanas, Coneixement del medi (Cono como dicen ellos), una mezcla de lo que en mis tiempos eran Ciencias Naturales y Ciencias Sociales, pero en valenciano que para mí (que no para ellos, bilingües por parte de padre) es una dificultad añadida.

A mí me está viniendo bien para repasar conceptos básicos de cultura general (que parece fácil, pero yo lo de la corola, el pistilo y el estigma nunca lo tuve claro). Además amplio vocabulario en otro idioma. Pero sobre todo, me ha encantado ayudarle a entender, y divertirme enseñándole.

Porque mi hija tiene 8 años encantadores, un poco olvidadizos, y muy nerviosos. Hasta hace poco a veces desaparecía de su silla mientras cenábamos simplemente porque se había caído. No podía parar de moverse y la mayoría de las veces acababa en el suelo. Ahora domina mejor su cuerpo, es decir, sigue sin parar de moverse, pero no se cae. Es un avance. Pero le cuesta concentrarse, y por lo tanto, comprender e interpretar lo que lee.

Por eso hay veces que no entiende los problemas hasta que yo se los explico. Entonces los resuelve sin mayor problema. Es muy buena en el cálculo mental. Y por eso no se le quedan los recuadros en amarillo que tiene que aprenderse de memoria para los exámenes. A mí me pasaba lo mismo, no en lo de no parar de moverme, que yo era una seta, sino en mi dificultad para memorizar.

Así que hemos optado por escenificar, repetir, dibujar… El tercer día cuando llegué a casa había un bonito dibujo en la pizarra del ciclo del agua, con sus montañas, las nubes, la nieve, los ríos, el mar… Por fin, lo había entendido. Emocionada me explicaba todas las fases sin equivocarse.

Ayer, me mostró orgullosa su primer siete en “Cono”.

Ahora estamos con las matemáticas. Ya no me acordaba de la cantidad de figuras geométricas que existen. Menos mal que las de 3º de primaria caben en una pizarra. En esta vamos para sobresaliente. Seguro.

Esta tarde me recitaba el papel de Maga que va a hacer en la obra de fin de curso. Casi se lo sabe de memoria. Esto no le cuesta, le gusta la actividad de Teatro. La miraba mientras interpretaba su papel (y el del resto de personajes) y me daba cierta envidia, por su entusiasmo, y porque yo a su edad era una niña tímida que nunca me habría atrevido a ponerme delante del resto del colegio subida a un escenario.

Y el brillo de sus ojos y su sonrisa mellada me dicen que podrá hacer casi cualquier cosaImagen(44) que se plantee. Como ha hecho hasta ahora.

Creo que este verano echaré de menos los deberes.

RENCORES

Yo nunca he tenido amigas íntimas, supongo que por mi condición de gemela. De pequeña si mi hermana se acercaba mucho a otra niña, es decir, que me dejaba más de cinco minutos para jugar con cualquier otra niña de la clase sin mí, me enfadaba y yo también me acercaba a otra niña que pasaba a ser mi “mejor amiga”. Eso iniciaba una guerra de celos un tanto infantil (claro, que éramos niñas) que podía durar días o semanas. Luego todo volvía a la normalidad.

Desde entonces no recuerdo haber tenido una amiga con quien compartir secretos e intimidades. Eso lo hacía (y sigo haciéndolo) con mi hermana. Y yo que siempre he rehuido los conflictos y que algún que otro inocente malentendido me ha causado problemas con alguna representante de mi sexo, prefería quedarme en el grupo de los chicos. Con ellos siempre sabía por donde iban. Mis mejores amigos siempre han sido hombres, que quizás era eso lo que me llevaba a algún malentendido…

El caso es que hace un par de años tuve mi primera mejor amiga. Estaba justo en el lugar adecuado en uno de los peores días de mi vida. Y me ayudó a superar malos momentos. Nos hicimos inseparables, realmente parecíamos novias. Creíamos que nuestra amistad era tan sólida, sana, madura y a la vez tan divertida y cómplice que iba a durar toda la vida. Compartimos días, noches, conciertos, amigos, compras, charlas, borracheras, confidencias… hasta que cometí el error de mezclar amistad y trabajo. Eso unido a un malogrado viaje compartiendo nuestros respectivos hijos me demostró que tampoco estábamos tan de acuerdo en todo. Las semanas siguientes a nuestra vuelta me siguieron demostrando que tampoco le importaba tanto mi amistad, porque no hizo nada por conservarla.

Intenté que mi “no-amistad” no interfiriera en el trabajo, pero por muy objetiva que quisiera ser fallaba, mucho y repetidamente. No cumplió nuestras expectativas ni de lejos. Y tampoco parecía que ponía mucho interés en conservar su puesto, con o sin amistad con los jefes. Así que llegó lo inevitable, su no renovación. Uno de mis peores momentos y a la vez una liberación. Desde el día que dejó el despacho no la había vuelto a ver. De eso hace dos meses.

Ayer nos tropezamos en el cine. De casualidad. Nuestras hijas son amigas. Afortunadamente estaba con otra madre que hizo que la situación no fuera tan violenta. Porque compartir palomitas y película con alguien que está intentando mirar para otra parte para que ni le dirijas la palabra es un pelín violento. Y yo además, y sin ánimo de fastidiar, la saludé y le pregunté que tal le iba. Su media sonrisa me sugirió unos cuantos epítetos que mejor no poner aquí. Pero yo se lo preguntaba en serio. Porque siempre me he querido llevar bien con mis ex, aunque sean amigas. Y porque, sobre todo, recuerdo los buenos ratos. Y fueron muchos.

Pero lo peor fue que mi hija llevaba deseando pasar una tarde a solas conmigo desde hacía semanas, y se la fastidiaron. Y no disfrutó de la película. Ni yo.

El resto de la tarde se me quedó un sabor de boca horrible. Y es que a mí el rencor me sienta fatal.