INCERTIDUMBRE

Hay estados anímicos que se te agarran al alma como una mala jaqueca, y da igual cuantos ibuprofenos te tomes, siguen ahí. A veces parece que les has vencido, que ya estás bien, pero no, de pronto un pensamiento, un mal sueño… y vuelven.

La tristeza es uno de los peores. Conviví con ella casi un año, durante el día conseguía mantenerla más o menos alejada, no hay nada como estar ocupada, y aquel año trabajé más horas que en los dos anteriores juntos. Lo peor venía por la noche, cuando me pillaba sola y con la guardia baja. Entonces no podía evitarlo, venía para quedarse, me acompañaba durante mis horas de insomnio y tenía el detalle de esperarme hasta que me levantaba por las mañanas, como una buena pareja que te da un beso antes de irse a trabajar.

Al final se esfumó. Es verdad que el tiempo todo lo cura. Aún tengo alguna heridita que supura de vez en cuando, pero conseguí pegar todos los trozos y mi corazón se puso a bombear de nuevo.

Pero llevo un par de días que sé que no soy yo, y no me gusta no poder evitarlo.

No estoy enfadada, quizás dolida, que es más jodido todavía porque me deja la autoestima por los suelos. Tampoco tengo motivos, solo que a veces ya no estoy segura de que es lo que quiero, y lo peor es sentir que no estoy segura de lo que tengo.

A veces mi vida me parece bien, incluso podría decir que disfruto de muchos más momentos felices que la gente que tengo a mi alrededor. Y con eso debería de conformarme. Para que pedir más. Pero otras veces, no me apetece conformarme, quiero más, y como sé que no puede ser me enfurruño. Conmigo misma, pero como nunca he podido disimular mis estados de ánimo se me nota. Yo intento que no, pero se me nota.

Me ha pasado más veces, muchas durante estos dos últimos años. Es un poco confuso tener la certeza de que la incertidumbre va a durar casi toda mi vida.

Y que en el fondo, me guste.

MELANCOLIA

Se levantó cansado. La noche anterior no había dormido muy bien. Antes de dormirse le invadió una profunda tristeza, sin motivo aparente, pero oscuros pensamientos se empeñaban en ocupar su mente.

Un zumo y una ducha mientras escuchaba las mismas noticias de todas las mañanas. Casi no se diferenciaban de las del día anterior, y el panorama seguía siendo tan negro como el de la pasada semana.

Pero eso no le preocupaba en exceso. Veía la crisis desde la barrera, como mero espectador. Afortunadamente a él no le había afectado, salvo que su normal desencanto hacía la clase dirigente se había agudizado.

La jornada empezó bien, unas bromas en la oficina y un almuerzo en buena compañía, pero a lo largo de la mañana su ánimo se fue ensombreciendo, de nuevo sin motivo. Estaba a punto de acabar con el trabajo acumulado que le venía agobiando desde hacía semanas, pero ni siquiera el alivio de ese desahogo le producía alegría.

A media tarde decidió escaparse de la oficina. Le costaba concentrarse. Demasiadas horas frente al ordenador. Necesitaba aire fresco y echó a andar hacía el centro. La búsqueda de un nuevo contestador automático para reemplazar el que se acababa de estropear le dio la excusa perfecta, para los demás y para él mismo.

Hacía calor en el exterior, más del que esperaba, así que eligió un camino largo pero sombreado. Cuando abandonó la Gran Vía el sol había bajado lo suficiente como para disfrutar de una temperatura agradable el resto del paseo.

Se cruzó un par de veces con una furgoneta que enarbolaba banderas nacionales y carteles pegados en su exterior. La megafonía lanzaba discursos contra el gobierno, los extranjeros y los separatistas que iban a arruinar, decían, a un gran estado. Los miró con asco y sin disimulo. Hoy precisamente lo último que necesitaba era aguantar el discurso ultraderechista de una pandilla de intolerantes paletos.

El paseo no mejoró su ánimo, pero encontró un buen contestador. Ni siquiera le apetecía quedarse a curiosear por la sección de informática, cogió el metro y volvió a la oficina. Trabajaría un rato más. No tenía planes, hoy se los habían cancelado todos, los que deseaba y los que le daban igual.

La sensación de estar estancado en un presente que se alargaba hasta formar un pasado monótono y repetitivo, le dejaba con el alma pegada al suelo. Tampoco podía ilusionarse con otro futuro, ya había conocido el amargo sabor de la decepción.

En casa se dejó ganar por la melancolía. Estaban a solas, ya no tenía que disimular. No sabía porque había venido, no la esperaba, pero la dejó pasar. Tampoco podía evitarlo. Hubiera querido eludirla marchándose de allí y dejándola sola, pero hoy no se podía escapar, sería su compañía esta noche.

Hacía tiempo que no pasaban una noche juntos. Recordarían viejos tiempos.

LO SIENTO

No he sabido que decirte. Solo me ha salido eso… lo siento, lo siento tanto…

Recuerdo momentos preciosos y mágicos. También la ansiedad, los nervios antes de cada encuentro, la incertidumbre de si te volvería a ver… casi cada vez que te despedías de mí, la inmensa tristeza de la separación, tan necesaria y tan poco deseada.

Nunca me he arrepentido de haberte amado. A pesar del riesgo, asumido (sufrido) por ti. Me diste tanto amor y tanta pasión que siempre he creído que nuestro reencuentro, sobre todas las demás cosas, nos había llevado a ese amor que no pudo ser en el momento en que quizás debía haber sido. Y que al final, siempre nos quedaría esa amistad tan especial… para siempre.

Ahora siento el daño que te está causando. Tu voz rota me ha acompañado todo el día…  y no podía hacer nada por ayudarte. Nunca más…

 

Lo siento.

FELICIDAD (II)

Hace unos meses hubo toda una cadena de posts dedicados a la felicidad. Memés que contaban esas pequeñas tonterías que a todos nos hacen felices. Instantes que parecen insignificantes por cotidianos y sencillos, pero que se echan a faltar cuando no están.

Y recordando mis seis razones reconozco que sigo disfrutando de casi todas bastante a menudo. Mi sonrisa de ratón me regala todos los abrazos que puede. Mis hijos, ahora más que nunca, me están haciendo ver el mundo con otros ojos. Con mi socio/mejor amigo sigo compartiendo muchas risas y cervezas, y conciertos. La música sigue estando ahí, forma parte de mi vida, de mis felicidades y de mis tristezas. Y últimamente hasta desaparezco en el agua un par de días por semana. Pero el amor… lo echaba de menos.

Hoy he tenido un día en que he vuelto a sentirlo y tocarlo. En el que he vuelto a vivir momentos que hacía tiempo que no disfrutaba. Echaba mucho de menos esos ojos que hoy me han vuelto a regalar su mejor mirada. Y he sido muy feliz.

Porque he aprendido a vivir sin ti. Pero no te he podido olvidar.

Y aunque la canción de Sidonie es muy triste (y yo no lo estoy), hoy tengo la excusa perfecta para ponerla.

 

TENGO UNA CAJA

Tengo una caja, la tengo hace mucho tiempo, antes de mis hijos, antes de mi ex, antes de mi anterior ex… hubo un momento que hasta se me olvidó que la tenía, pero siempre reaparecía de nuevo. En ella guardaba recuerdos, solo los que yo consideraba lo suficientemente importantes como para no olvidarlos, en el fondo de la caja se amontonaban un par de cartas de mi primer amor, poemas y dibujos dedicados para mi, alguna foto, postales de una amiga desde Londres, cuando Londres estaba lejos, más lejos que ahora, entradas a todos los conciertos a los que fui, algún instante detenido en un pequeño objeto que solo tenía significado para mi y encima de todo esto, las cartas de un amigo, un amigo que me escribió hace mucho tiempo, cuatro cartas preciosas para mi aunque no lo supiera cuando las recibí… y fueron las primeras que encontré hace más de un año, la noche que volví a abrir mi caja y se volvieron a unir el pasado y el presente.

Hace poco la volví a abrir, tenía que guardar en ellas nuevos recuerdos, momentos plasmados en pequeños trozos de papel, escritos con trazos rápidos y tiernos, un cuaderno a medio escribir con muchas noches de insomnio en sus páginas, una fotografía en blanco y negro… lo metí todo mezclando el pasado con el presente, hasta que se confundieron con una misma letra las cartas, los momentos, los recuerdos… y la cerré, mientras una lágrima se me resbalaba por la mejilla y quedaba atrapada dentro, sobre una frase que decía “… con todo mi corazón, (que tu has hecho enorme)”.

The Beatles – Free as a Bird

TRISTEZA

No comprendía lo que le estaba diciendo. La miraba sin entender sus palabras.

Esa mujer que tenía enfrente le hablaba de amor, de paz eterna, de un bien superior… pero la mayoría de esas palabras eran nuevas para ella, y no sabía si eran buenas o malas.

Y no estaba su madre para preguntarle.

¿Por qué lloraba esa mujer?

Hacía tiempo que las personas mayores ya no reían. Decían que antes de la guerra si lo hacían.

Ella no lo sabía, cuando nació la guerra ya existía, siempre ha estado allí.

Pensó que cuando llegara su madre le pediría que le contara de nuevo como era el mundo antes de que todo se volviera gris.

¿Porque tardaba tanto su madre?

 

SALUSTIANO. LES NOURRITURES TERRESTRE (WAR). Detalle.

Mi pequeño Buda

Mamá, ¿Por qué se fue papá?, ¿Por qué roncaba?” – la pregunta hace que se me caiga la fresa que estoy troceando. Llevamos unos días intentando superar unas noches más que difíciles, sencillamente largas, y cansadas. Mi hijo mayor lleva mal mi divorcio, al principio parecía que se lo había tomado bien, es el mayor, responsable y tranquilo, y pese a la tristeza de la desaparición de su padre de la rutina diaria, seguía siendo ese niño feliz que sonreía todo el rato, y que se reía, que reía mucho.

Mi pequeño Buda, siempre lo he llamado así, porque irradia felicidad y optimismo… pero hace unos meses empezó a estar más callado, a veces triste, y yo no me di cuenta al principio, pero dejó de dibujar que era lo que más le gustaba, de construir sus legos de tropezientas mil piezas, en el colegio se quedaba sentado en un rincón observando jugar a sus amigos, y un buen día empezó a llorar, tranquila y quedamente, sin grandes dramas, sin motivo aparente, solo le resbalaban las lágrimas por las mejillas mientras le temblaba la barbilla, y él con sus diez años de talla 12 intentando tragar saliva, que no se le notara, avergonzado, y yo no lo veía llorar así desde que era pequeño, mucho más pequeño, y no entendía nada, pero me sentía culpable.

Una noche se acercó a mi cama, arrastrando el pijama: “Mamá, es que cuando cierro los ojos me siento solo”. El sabía que no lo estaba, sabía que yo estaba allí, que su hermana también estaba allí, no pude consolarle y sabía que en el fondo estaba asustado, muy asustado, creo que se había dado cuenta de que su pequeño mundo, el que él había conocido hasta ese momento, se había roto, se había partido por la mitad. No pude consolarle, solo lo metí en mi cama para que durmiera a mi lado, y no se sintiera solo.

Nos costó varias visitas al psicólogo hasta que reconoció que echaba de menos a su padre, y aprendió a expresar sus miedos, a pedir lo que necesitaba, a aprender a crecer y asumir que no todo sale siempre bien. Y volvió a sonreír, era otra vez él. El día que nos dieron el alta, salimos de la consulta y nos fuimos a merendar para celebrarlo.

De eso hace un mes.

Hace una semana que no quiere dormir. Está convencido que no va a poder dormirse, y si está despierto en la cama llora, no quiere pensar, a ratos dice que es miedo, a ratos que se siente solo, y ayer después de intentarlo todo, de sentarme en su cama y hablar, de intentar que me cuente lo que siente, de hacerle reír… a las 3 de la madrugada mientras lloraba suplicándome con los ojos que no me fuera de su habitación, que no le dejará solo, me dijo: “Dos cosas: una, que sigo echando de menos a papá y dos, que quiero volver a ir a hablar con la doctora Raquel”. Y me lo volví a llevar a mi cama, para que él durmiera, porque yo solo podía mirarle dormir con el corazón roto por la impotencia de ser la causante de su tristeza, de una tristeza que yo nunca conocí a su edad, y que no se como aliviarle.

Por eso me ha sorprendido su pregunta, porque nunca ha querido hablar conmigo del tema, porque nunca me había hecho esa pregunta, tan sencilla y tan difícil de contestar.

Esta noche se ha dormido enseguida. No pierdo la esperanza.