IM-PUTA-CIÓN

El lunes Ana echaba irónicamente la culpa a las madres por no haber sabido educar a sus hijos. No a todas claro, sobre todo a esas madres de defraudadores sin escrúpulos que ahora inundan las hojas de la prensa de papel, digital y hasta la rosa. Y yo me sentí identificada con esas madres que a pesar de intentar inculcar buenos valores en sus vástagos les salieron así, malos, muy malos.

Y esta empatía se debía a que hace un mes me convertí en la madre de un imputado. Dicho hoy ya me suena raro, porque ayer justo todo se aclaró y vuelvo a ser una madre normal, pero desde que recibimos el telegrama de la Fiscalía de menores donde a mi hijo se le imputaba de un delito de lesiones, aparte del cachondeo propio hacia él para quitarle hierro al asunto, a mí me quedaba siempre el desasosiego propio de una madre sufridora y sobre todo, un poco escéptica con el funcionamiento de la Justicia (y con eso me refiero tanto al ministerio terrenal como a la otra justicia divina, kármica o como se llame que tampoco parece que funcione muy bien últimamente).

Todo se debió a un error de identificación por parte de la policía, que aparte de no conocer el talante pacífico de mi pequeño buda, debieron de coger al primer Adriá que les salió en la base de datos. Y aunque sabía que al final no pasaría nada, que todo se aclararía, cada vez que recibía una carta certificada de Juzgados con petición de documentación, designación de letrado y todas esas parrafadas ilegibles volvía a intranquilizarme.

Esta nueva situación me hizo plantearme algunas reflexiones, como que si hubiera sido responsable de haberle causado daños a otra persona intentaría disculparlo a toda costa o que se librara del castigo. Porque los padres somos así, solemos echar las culpas a los amigos, las malas compañías, una mala racha, lo que sea antes de sentir esa sensación de haber fallado, de no haber prestado la debida atención, de no darnos cuenta de que algo iba mal o simplemente de ignorarlo.

Mi conclusión fue que hubiera tenido que hacerse responsable de sus actos con el consiguiente castigo. No creo que la actitud actual que veo en muchos padres de tomarse como algo personal, a menudo con agresividad, cualquier corrección o crítica hacia la conducta de sus hijos les haga ningún favor en su educación. Un ejemplo de esto, es la pérdida de respeto sufrida por el colectivo de profesores que no solo tienen que lidiar todos los días con niños muchas veces sobreprotegidos y malcriados, sino con sus progenitores cuando se atreven a notificar cualquier falta.

En resumen, las madres amamos de manera incondicional, hasta las de los políticos corruptos.

UNIDOS

Lo miraba de reojo, y le odiaba. Siempre lo habían hecho todo juntos, y nunca le había importado compartirlo todo con él, era su hermano, pero ahora, que observaba como ella le admiraba no podía evitar odiarlo.

De los dos su hermano había heredado los ojos almendrados y la sonrisa fascinadora de su madre, mientras que a él le había tocado la nariz ganchuda de su padre, pero hasta ahora no le había dado importancia porque nunca le había gustado ninguna chica y observaba los juegos y coqueteos de su hermano con discreción e indiferencia.

Hasta que llegó ella. Se llamaba Estrella y trabajaba en el hospital donde habían ido a hacerse unas pruebas, era tremendamente guapa, atenta y dulce, y siempre estaba sonriendo. Fascinado, la seguía con la mirada mientras ella trasteaba con los tubos y las jeringas, bromeando con ellos. Esa misma mañana mientras le sujetaba el brazo para extraerle sangre y buscaba esos ojos que le sonreían, sintió su corazón desbocado como si se le fuera a salir del pecho, se ruborizó pensando que ella debió notarlo a través de las pulsaciones, pero no podía contener su emoción.

Pero su hermano no podía evitar coquetear con ella, era una especie de competitividad extrema, siempre le tenía que demostrar que lo preferían a él. Anoche antes de dormirse se lo pidió, casi se lo rogó, que no la cortejara, que ni le hablara… y no le había hecho caso. Así que esa tarde se había negado a dirigirle la palabra, miraba obstinadamente la pantalla del televisor mientras se tomaba su cena e ignoraba su inacabable parloteo.

Un capricho de la naturaleza, es lo que les había dicho un médico cuando eran pequeños. Su madre los llevó a un famoso cirujano para que les ayudara, y lo único que recuerda de aquella visita era que mientras jugaban sentados en el suelo compartiendo la misma espalda, el doctor les miraba con una mezcla de admiración y miedo mientras repetía esa frase, no se puede hacer nada… es un capricho de la naturaleza.

La cirugía había avanzado mucho desde entonces pero ningún médico se atrevía, “compartís sacro, cóccix y parte del sistema digestivo, no sabemos si encontraremos más complicaciones una vez iniciada la separación, pero yo de vosotros lo pensaría muy seriamente, tenéis veinticuatro años y mucha vida por delante, podéis vivir todavía muchos años más…” vivir, aquello no era vivir, se lo hubiera gritado aquella mañana al médico que tan amable y académicamente les había estado estudiando desde hacía semanas, pero su hermano se le adelantó “nos lo imaginábamos doctor, pero teníamos que intentarlo, no se preocupe, hemos aprendido a ser felices así, verdad?” y le miraba sonriendo, siempre tan encantador y optimista.

Recordaba la historia de Chang y Eng, la descubrió un día navegando por Internet y no pudo evitar sentir empatía por Eng, que estuvo tres horas unido a su hermano muerto hasta que le sobrevino su propia muerte, algunos dicen que de miedo. Durante muchas noches se despertó sobresaltado y solo se tranquilizaba cuando su corazón se calmaba y sentía los latidos de su hermano a través de su cuerpo.

Ahora, tumbado en la cama pegado a él, oía su respiración profunda y relajada, y esperaba. Hacía semanas que no se tomaba la pastilla para dormir que les habían recetado años atrás, cuando ya les era imposible dormir de un tirón toda la noche por la incomodidad de no poder moverse.

Abrió el cajón de su mesilla con cuidado de no despertar a su hermano, y mientras tragaba todas las pastillas que había conseguido esconder pensó que le gustaría soñar por última vez que corría, como cuando se dormía de pequeño, solo y libre.

Cerró los ojos, se acordó de Estrella y sonrió.

 

SUEÑO

¡¡Madre mía!! Ya son casi las once y aún me falta por entregar la solicitud del master. Joder, joder, joder, y yo que creía que me daba tiempo de sobra y que me iba a escapar un rato. ¿Seré inocente?… donde está,… aquí.

Se quedó mirando las hojas manuscritas. Sus ojos pasaban rápidamente por los trazos apresurados, llenos de correcciones pero seguros. La mano izquierda pellizcaba su labio inferior mientras con el bolígrafo que tenía en la derecha aún añadía nuevas correcciones sobre el papel antes de pasarlo al ordenador.

Cogió la cazadora. Se disponía a salir y se volvió a acordar de ella. Últimamente apenas se habían visto y sabía que también ella estaba muy ocupada. Le había dicho, en las contadas ocasiones que habían hablado por teléfono, que tenía un montón de líos en el trabajo, pero por encima de esa sobrecarga, él sentía que algo no andaba del todo bien. No sabía muy bien porqué, pero últimamente parecía percibir una leve sensación de tristeza en su forma de hablar que no le dejaba tranquilo. Quiso quitárselo de la cabeza, y quitársela a ella también. Sólo un ratito pensó, y le pidió disculpas mentalmente por separarse de su eterna compañía. Pensó que si hubiese dormido un poco más, seguro que se sentiría más seguro y no se dispersaría tanto. Pero se sentía cansado. Había dormido tres horas escasas y a esas alturas de la mañana ya todo empezaba a espesarse más de la cuenta. Le pasaba de vez en cuando, ya hacía unas semanas que no, pero anoche volvió a ocurrir. Se acostó, se puso a leer un rato y luego dejó el libro e intentó dormir. Pero entonces ella se metió de nuevo en su cabeza. Estaba preciosa. Se acercó a sus labios y le besó. Era un beso suave, dulce y lleno de ternura, pero a la vez, le decía con ese beso todo lo que ella deseaba. Y entonces no pudo evitar sumergirse en un duermevela lleno de imágenes sexuales que le transportaban a otro momento y otro lugar. Y se marchó con ella, a su casa. Entró en el cuarto y la despertó con sus caricias. Ella le miró sorprendida y se abrazaron.

Hola – le dijo – te echaba de menos y no podía hacer otra cosa que no fuese venir a estar a tu lado, no podía hacer otra cosa que no fuese estar aquí mirándote.

¿Porque has tardado tanto? – su mano le acariciaba suavemente la mejilla, recorriendo de nuevo esos rasgos que sabía de memoria, que tantas veces había acariciado en su imaginación.

Lo siento cariño… – ella le puso un dedo en los labios y con la mirada le dijo que no importaba. Que ahora estaba allí, a su lado. Y era sólo para ella.

Sus labios se juntaron, suavemente al principio, como si se reconociesen. Besos dulces, lentos e interminables, hasta que las manos empezaron a buscar ansiosamente la piel del otro. Una mano que recorre una espalda, una lengua sobre un dragón, movimientos contenidos, una cadera que lentamente se abraza a otra en un vaivén acompasado y suave.

 

Amanece. Una tenue luz empieza a iluminar el cuarto. Siente frío, está desnuda. Contempla la almohada a su lado, vacía, la toca suavemente, como para cerciorarse de que no hay nadie a su lado. Se acurruca bajo las sabanas buscando de nuevo el sueño. Buscándolo de nuevo a él, aunque sabe que tardará en volver, cada vez más.

PASION

 

El lunes me entero que la diferencia entre admirar o idolatrar a alguien estriba en la exaltación con la que se produce ese sentimiento. Siempre había pensado en la admiración como algo distante, lejano, platónico… una emoción que nada tenía que ver con la idolatría, la cual me producía rechazo por parecerme producto de la ignorancia, de la falta de espíritu crítico, igual porque siempre la había relacionado con la religión.

Por otra parte, la descripción del término exaltación incluye inevitablemente otra palabra que me encanta: pasión. La busco por curiosidad, y me llama la atención que quitando las definiciones que atañen a Cristo, solo quedan dos conceptos, la de pasión como estado pasivo, lo contrario a la acción, y la otra, la de verdad, la que todos entendemos: perturbación o afecto desordenado del ánimo, inclinación muy viva hacía otra persona, apetito o afición vehemente a algo.

Y aunque lo de perturbación y desorden me suena a enfermedad mental ese es el efecto secundario de la pasión que más me gusta. Entendámonos, yo las únicas pasiones que he sentido son amorosas, quizás si ese desorden se refiriera a que mi pasión por un cantante de moda o un equipo de fútbol me hiciera descuidar mis responsabilidades o pintarme la cara de rayas de colores, intentaría hacérmelo mirar, pero nunca he perdido los papeles por ese tipo de asuntos, ya sea por mi manía de racionalizarlo todo o, lo más probable, por mi exagerado sentido del ridículo.

El ánimo desordenado, me encanta esa idea, fiel descripción de esos momentos en los que no te importa nada ni nadie excepto “esa persona”, la que te vuelve del revés, por la que dejas cualquier cosa que estés haciendo para estar con ella, con la que las horas parecen momentos, la que “desordena” el corazón acelerándolo sin otra causa aparente que su sola presencia, mientras sientes esa necesidad física e imperiosa de tocar, acariciar, sentir…

Pero la pasión también puede doler, y de nada sirve la experiencia o la madurez, nada nos vacuna contra los celos, la infidelidad, la pérdida o la renuncia de un amor, ver como se te escapa la felicidad entre los dedos sin poder retenerla… es algo que soy incapaz de analizar y asumir, los sentimientos están ahí, pegando pisotones a todas esas buenas y razonables ideas con las que intentamos auto convencernos de que solo es eso, otra historia de amor que no ha salido bien.

Y dicen que el cerebro aprende de las experiencias pasadas, pero siempre que empiezo a sentir revolotear mariposas en el estómago tiemblo, porque en ese sentido creo que el mío no es nada inteligente…

 

ONCE

Le encanta la música, en eso nos parecemos, así que cuando se sienta delante del piano, toda tiesa, con los auriculares casi escondidos en su densa melena la miro y sonrío, porque se desespera y repite varias veces que nunca le saldrá bien (aún no ha desarrollado el pensamiento positivo), pero vuelve a empezar una y otra vez hasta que lo consigue, y a mí me suena genial.

No es tan organizada como su hermano mayor, a veces se acuerda de los deberes en el ultimo momento con el consiguiente incremento del nivel de estrés familiar, pierde las cosas mas difíciles de perder (lo ultimo que no encuentra son sus chanclas de verano, desaparecieron una noche después de quitárselas para dormir), su memoria inmediata es algo defectuosa (uno de sus apodos caseros es Dory), puede preguntar hasta tres veces en medía hora a donde vamos, aunque yo haya informado previamente del itinerario antes de salir de casa, y se lo haya recordado cada vez.

Pero ese despiste encantador, sus pecas, su sonrisa de ratón, y ese corazón tan inmenso que tiene hace que no me pueda imaginar otra Mónica. Y sé que lo mejor está por llegar.
Aunque haya que pulirle un poco esos prontos…

Y para agradecerle esos once años que lleva haciéndome feliz le dedico dos de sus canciones favoritas, la primera, por la que siempre empezamos la ronda en The Beatles Rock Band.

Y para la segunda una de sus preferidas de Vetusta Morla, su último descubrimiento, su primer concierto en directo, donde contemplaba quieta y fascinada la magia de la música compartida al mismo tiempo por miles de personas. Un momento irrepetible.

INCERTIDUMBRE

Hay estados anímicos que se te agarran al alma como una mala jaqueca, y da igual cuantos ibuprofenos te tomes, siguen ahí. A veces parece que les has vencido, que ya estás bien, pero no, de pronto un pensamiento, un mal sueño… y vuelven.

La tristeza es uno de los peores. Conviví con ella casi un año, durante el día conseguía mantenerla más o menos alejada, no hay nada como estar ocupada, y aquel año trabajé más horas que en los dos anteriores juntos. Lo peor venía por la noche, cuando me pillaba sola y con la guardia baja. Entonces no podía evitarlo, venía para quedarse, me acompañaba durante mis horas de insomnio y tenía el detalle de esperarme hasta que me levantaba por las mañanas, como una buena pareja que te da un beso antes de irse a trabajar.

Al final se esfumó. Es verdad que el tiempo todo lo cura. Aún tengo alguna heridita que supura de vez en cuando, pero conseguí pegar todos los trozos y mi corazón se puso a bombear de nuevo.

Pero llevo un par de días que sé que no soy yo, y no me gusta no poder evitarlo.

No estoy enfadada, quizás dolida, que es más jodido todavía porque me deja la autoestima por los suelos. Tampoco tengo motivos, solo que a veces ya no estoy segura de que es lo que quiero, y lo peor es sentir que no estoy segura de lo que tengo.

A veces mi vida me parece bien, incluso podría decir que disfruto de muchos más momentos felices que la gente que tengo a mi alrededor. Y con eso debería de conformarme. Para que pedir más. Pero otras veces, no me apetece conformarme, quiero más, y como sé que no puede ser me enfurruño. Conmigo misma, pero como nunca he podido disimular mis estados de ánimo se me nota. Yo intento que no, pero se me nota.

Me ha pasado más veces, muchas durante estos dos últimos años. Es un poco confuso tener la certeza de que la incertidumbre va a durar casi toda mi vida.

Y que en el fondo, me guste.

DIA DE

Día mundial de la infancia, de los refugiados, de la lengua materna, de la preservación de la capa de ozono, de África… hasta hay un día mundial del Lupus.

Está bien eso de poner una fecha para solemnizar algo: la paz, la erradicación de la pobreza, la alfabetización mundial… aunque nunca se vayan a cumplir y por lo tanto haya poco que celebrar. Pero hay conmemoraciones que suenan un poco raras, el Día Mundial de la Rabia se celebra el 28 de septiembre, que habría que ver si alguna guerra ha comenzado precisamente ese día, y el 20 de marzo es el Día Mundial del Sueño, que ya se podría festejar durmiendo todo un día.

Esas fechas suelen pasar desapercibidas a menos que den para rellenar algún hueco en el Telediario, donde se aprovecha ese momento para sensibilizar a la población sobre el problema en cuestión.

Pero están los otros días, los que todo el mundo recuerda, gracias a que los grandes almacenes nos los han grabado a fuego en el subconsciente colectivo. Hay quien no recuerda de la fecha del cumpleaños de sus padres, pero que el Día de la Madre es el primer domingo de mayo y que el Día del Padre es el 19 de marzo… eso lo sabemos todos, y si no ya está la publicidad para recordárnoslo.

Hoy es uno de esos días. El día de los Enamorados, o San Valentín, como se prefiera. Es uno de los preferidos por grandes almacenes, centros comerciales y pastelerías. Todo se vuelve rosa y con forma de corazón. Vamos como un paraíso Barbie.

Igual por eso me horroriza.

Por eso, y porque nunca me han gustado las imposiciones.

Como le he dicho hoy a alguien, el amor no hay que celebrarlo, hay que hacerlo. Tocarlo, disfrutarlo, vivirlo…

Oírlo…

TRECE

Mañana hará trece años que estamos juntos. Trece años en los que hemos compartido muchos momentos preciosos y mágicos. Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que vi su cara, me llamó la atención el intenso rojo de sus labios sobre su piel blanca, y me ganó desde el primer instante en que me miró con sus grandes ojos almendrados.

Todos estos años han pasado tan rápido que me cuesta pensar que mi pequeño Buda ya se ha convertido en un preadolescente de talla XL Sólo cuando su metro sesenta y cuatro se abalanza sobre mi para abrazarme como cuando era pequeño me doy cuenta de que está a punto de transformarse, que casi no le queda nada de niño, quizás algún miedo, de esos que se ahuyentan con una pequeña luz por la noche, pero poco más.

Espero que los malos momentos le hayan hecho más fuerte, que le hayan preparado para el mundo adulto en el que le queda poco para entrar. Sé que por lo menos le han ayudado a comprender que nada es inamovible, que todo puede cambiar, y que los cambios se superan.

“Soy muy feliz”, y mientras me lo dice por tercera vez en pocos días vuelvo a ver al niño sonriente que siempre estaba contento. Y yo también soy feliz.

Este creo que ha sido su último cumpleaños acompañado, han pasado los años de ludotecas, meriendas en el parque, cine y merienda en el burguer, laser-game, bolera… No creo que me pida que le organice su 14 cumpleaños, ahora empieza el momento “amigos”… y yo encantada.

Creo que me he ganado unas vacaciones en cuanto a fiestas infantiles se refiere.

Mañana le daremos Mónica y yo sus regalos y alguna sorpresa, pero esta noche le dedico una canción de su grupo y película favorita.

Aunque estos días se me acumulan las felicitaciones… así que está es para otro Acuario muy especial que también cumple años.

AMIGOS

Hay una canción de Drexler que dice “… yo también pensaba que era feliz… antes”, y así me siento yo ahora, “que no es que estuviera tampoco pasándolo mal…” pero no creí que podría ser tan feliz como lo soy ahora.

Hace poco más de un año que alguien entró en mi vida. Poco a poco, sin prisa, sin planes,  dejándose llevar. Y parece que fue ayer, que no era nada serio, que sólo íbamos a ser amigos… pero no, se quedó y sigue ahí, formando parte de mi presente de una manera tan intensa y tan tranquila a la vez.

Y con él llegaron sus amigos. Ya me habían avisado…”son un poco raros… se conocen casi desde el colegio y se llevan bien… cuando se juntan todos son más de cincuenta…”. Todavía recuerdo el primer día que me los presentó, en una de sus fiestas multitudinarias. Paella al sol, niños corriendo, perros por todas partes… perdí la cuenta a partir de la octava presentación, creo que es el número máximo de nombres que puedo asociar a una cara en un mismo día.

Y un poco raro si me pareció, tanto, que creí que era una exageración. Porque a lo largo de la vida conoces a mucha gente, los de las noches de fiesta que desaparecen cuando se hace de día, los del instituto que no vuelves a ver, los de la facultad con los que perdiste el contacto cuando te echaste ese novio tan absorbente, los amigos de tu exnovio que dejan de serlo cuando rompes con él… pero amigos amigos suelen quedar unos pocos, los de verdad, los que aunque no veas muy a menudo siguen estando ahí cuando los necesitas. Los que cuentas con una sola mano.

Pero ellos no, son un montón (todavía no he podido concretar el número exacto porque se mueven mucho), se conocen desde hace tantos años que parece mentira que todavía tengan cosas que contarse… y aún así se juntan, se ríen, salen, juegan, comen juntos casi todos los fines de semana, o cenan, o meriendan, o se peinan…. Y se adoran.

Me encantan.

Creo que hay algo en ellos que ha hecho que su amistad sobreviva todos estos años al paso del tiempo, a las rupturas, a las nuevas llegadas, a los niños… y es su especial manera de ser, optimista y vital, el saber apreciar lo que realmente te hace feliz en la vida… una tarde de risas, al sol, con una guitarra de fondo…

Esta tarde también ha sido así para mí. Me he escapado del despacho, con remordimientos internos porque tengo mucho trabajo atrasado, pero lo necesitaba. Y verlos disfrutar de la tarde y de la amistad con la naturalidad de quien lo hace casi todos los días me ha producido una gran y sana envidia.

En el coche, volviendo a casa, pensaba en mi trabajo, en mis horarios, en mis necesidades creadas, en lo que tengo y en lo que no… y me he dado cuenta de lo que realmente quiero, de lo que es importante para mi, del tiempo que se me ha escapado ya y no podré recuperar…

Y de todo el tiempo que me queda…

REGRESO

Anochece y vuelvo a casa. Por la parte superior de la ventana veo las luces de un avión que desciende. Me gusta cruzarme con ellos a esa altura de la autovía, cuando han iniciado la maniobra de aterrizaje y su panza con luces intermitentes ocupa casi todo el cielo encima de mí.

El avión me saca de mis ensoñaciones. Siempre que veía uno me preguntaba de donde vendría o adonde iría… con esa sensación de ligera envidia del que está atado a las responsabilidades, a las circunstancias, al tiempo… Pero hoy cuando el avión me ha sobrevolado no la he sentido.

Quizás es porque ahora mismo tengo la felicidad tan cerca de mí que sólo me apetecen las distancias cortas. Unos cuántos kilómetros para reencontrarme con el amor, los mismos que me devuelven de nuevo a los pocos días a casa, donde me espera más amor, del incondicional y absoluto.

Y hoy, moviéndome entre esos dos puntos, regresaba a casa, dejando otra casa atrás. Y siempre que hago el recorrido de vuelta, pongo la música alta e intento concentrarme en la carretera mientras mi cabeza se empeña en rebobinar, en recordar frases, miradas, sensaciones… alargando ese momento que está a punto de terminar. Y me dejo llevar por mi mente, disfrutando de estos últimos minutos, solo yo, la música y mis recuerdos.

El sonido de la llave en la cerradura hace que mi pequeño Buda se levante a recibirme. Un gran abrazo y una charla incontenida me acompañan por el pasillo. En el salón suena una guitarra.

Ya estoy de nuevo en casa. Aunque en mi cabeza todavía suena la última canción.