RELATO: EL BALNEARIO

Hoy he vuelto a soñar con el…

balneario

Entra en el vestíbulo un poco azorada. Se siente insegura en las situaciones nuevas, en lugares en los que no ha estado nunca, como si se fuera a perder, o a equivocar… Recuerda que ahora está sola, que nadie la va a juzgar, que no va a escuchar ningún “te lo había dicho”.

–         Buenos días. Mi nombre es Alicia B. Tengo una reserva – se apoya en el mostrador mientras intenta lucir su sonrisa más radiante.

–         Buenos días Sra. B. Un momento y lo compruebo, ¿me deja ver alguna identificación? – le devuelve la sonrisa mientras alarga su mano hacía ella.

Alicia observa el hall, tiene esa decoración lujosa pero decadente de los viejos balnearios centenarios. Espera y desea que en las habitaciones hayan renovado un poco más el mobiliario que ahí fuera.

Está todo correcto, Sra. B. Habitación 311, tercer piso. Aquí tiene el horario y actividades detalladas del programa bienestar que ha contratado, junto con un plano de nuestras instalaciones y normas de uso – El amable recepcionista sonríe de nuevo al mismo tiempo que le alarga un tríptico de color dorado, junto con un par de hojas con un montón de enumeraciones que es incapaz de descifrar sin sus gafas de cerca – Si tiene algún problema no dude en preguntarnos. El botones la acompañará.

El botones se acerca hacia ella con desgana, quitándose uno de los auriculares del mp3 que le sobresale del bolsillo del uniforme. Coge su pequeña maleta y le hace un gesto invitándola vagamente a seguirle. Podría llevarla ella, no es demasiado pesada: ropa cómoda, algo de vestir por si hay que arreglarse y un par de libros. Por teléfono le habían dicho que albornoz, toallas, y cualquier producto de aseo lo encontraría a su disposición en la habitación. Y que cualquier otra cosa que necesitase no dudase en pedirla. Aquello la terminó de convencer.

Los ascensores son de madera, de los antiguos, con una flecha que indica en que planta se encuentran. Entran y el botones pulsa un gran botón dorado con el número tres dibujado en estilo modernista. Las puertas correderas se cierran. El traqueteo al ascender no es muy tranquilizador, pero sólo son tres plantas.

Nunca se hubiera imaginado en un balneario, haciendo una cura de salud y belleza. Pero su compañera de viaje le había fallado a última hora y no le apetecía ir sola a ningún sitio. Así que cuando se tropezó con esta oferta, una semana de dieta, y vida sana, un nuevo método innovador, masajes depurativos, todo tan minucioso y profesional, pensó que era el destino ideal para desconectar de todo, y de paso perdería esos kilos de más con los que luchaba desde hacía años.

305… 306… 307… se da cuenta de que no se ha tropezado con ningún otro cliente del hotel desde que ha entrado.

–         Es Vd. la última en llegar a nuestro programa y están todos preparándose en sus habitaciones. – Parece que le ha adivinado el pensamiento – No se preocupe, le aseguro que saldrá como nueva dentro de una semana. Aquí está,  311.

El botones introduce la llave en la cerradura – “Qué raro, una llave, en estos tiempos… con lo cómodas que son las tarjetas magnéticas…” – Deja su maleta en el interior de la habitación y le sostiene la puerta mientras entra. Una ligera claridad entra a través de las cortinas echadas, pero no lo suficiente para ver la habitación. Se adelanta unos pasos y cuando se va a volver para darle las gracias oye la puerta cerrándose de golpe detrás de ella. Escucha la llave girar. No entiende. Intenta abrirla. Cerrada.

Se da cuenta de que no se ha quedado con la llave.

Se da cuenta de que no lleva el móvil. Se lo han pedido en recepción. Primer punto del programa de relajación: Desconectar totalmente del exterior.

Se da cuenta de que está asustada cuando se oye gritar a sí misma.

El botones se ajusta de nuevo el auricular mientras camina con desgana. “…Eat me, Drink me, This is only a game….”

“Tranquila, debe ser un malentendido, se habrá ido la luz” Se dirige hacia las cortinas y las abre nerviosamente. Unas desvencijadas contraventanas de madera impiden que entre la poca claridad que queda del día. Intenta abrir una de las ventanas pero no puede, la manivela no gira. Es inútil.

Espera a que sus ojos se acostumbren a la penumbra de la habitación. Hay una cama en un rincón, con cabezal metálico, como en los hospitales antiguos. A su lado una sencilla mesita con un cajón, también metálica, desnuda, sin lamparita, ni teléfono.

Camina hacia el centro y se golpea la espinilla con una silla. No la ha visto, es de madera, blanca, como la pared. Al lado hay una puerta cerrada. La abre y descubre un vetusto cuarto de baño: inodoro, una enorme pila con un grifo de bronce y una bañera desconchada.

Abre el grifo y se moja la cara. “Por lo menos tengo agua”.

Se sienta en la silla e intenta pensar.

La penumbra se va convirtiendo en oscuridad y a pesar de haber superado hace tiempo su miedo infantil a la ausencia de luz no puede evitar que se le encoja el estómago.

De pronto escucha un ruido, es metálico, como de tuberías viejas. Se va acercando, lo oye avanzar por el pasillo de fuera. Silencio de nuevo.

Se acerca a la puerta y empieza a golpearla. “¿HAY ALGUIEN AHÍ?” Escucha un grito lejano, como en otra planta. Retrocede y se queda en medio de la habitación. Mirando ya sin ver. La oscuridad la envuelve.

Vuelve a tropezar con la silla y cae. Se golpea la cabeza contra la cama. Un dolor pulsante le indica donde le saldrá el chichón. Se levanta tanteando la pared y se sienta en la cama. Escucha mil ruidos sin oír realmente nada. A veces le parecen susurros, otras veces conversaciones al otro lado de la puerta. Se oye llorar a sí misma, ya no sabe si está despierta.

No sabe cuánto tiempo ha transcurrido, pero cree que han pasado más de dos días desde que la dejaron allí. Tiene hambre, sólo bebe agua, un agua rojiza que cae por el viejo caño del grifo. “Agua rica en hierro. Fuente de salud conocida desde hace siglos” rezaba la publicidad. Ha intentado abrir la puerta y la ventana varias veces. Lo único que ha conseguido son dos profundos arañazos y tres uñas rotas. Se siente débil, solo quiere dormir… pero tiene tanta hambre.

….

El conserje la mira con gesto de preocupación, detrás de él se asoma la cara inexpresiva del botones. Quiere hablar, pero no puede… vuelve a cerrar los ojos. Vuelve a oír conversaciones lejanas, casi susurros.

….

Le duele la mano, intenta moverse pero un pinchazo agudo en ella se lo impide. Abre los ojos y le cuesta enfocar la vista. Hay demasiada luz. Alguien ha abierto las contraventanas, hace sol fuera y la claridad inunda la habitación. Un bonito papel pintado de color marfil recubre las paredes. “Parecían blancas, con humedad…”. Mira a su alrededor. La mesita ya no está vacía, hay un pequeño maletín blanco, con una cruz roja. Es viejo, parece un botiquín. Un pequeño interruptor que no había visto antes está casi oculto detrás de la mesita. Alarga la mano para pulsarlo y se da cuenta de que tiene una vía en la muñeca izquierda. Sigue con la vista el tubo hasta el gotero que lentamente va introduciendo un líquido rojizo en su sangre. Se le nubla la vista. Otra vez está todo oscuro.

….

Está soñando. Alguien la está llamando pero no reconoce la voz. Cada vez suena más cerca. Intenta abrir los ojos, hay demasiada luz. Se siente aturdida.

–         ¡Señora! ¡Alicia! ¡Despierte! – intenta abrir los ojos. Se nota la boca pastosa, le cuesta tragar. Una mujer con  un uniforme blanco está inclinada sobre ella. Quiere mover la mano pero todo le pesa mucho, los brazos, los párpados… – Lleva durmiendo todo el día, debe despertarse. Ayer se desmayó después de los ejercicios y se golpeó la cabeza. – la mujer habla despacio, como si quisiera que entendiera bien lo que está diciendo – Menudo susto nos dio. Estaba muy débil, le hicimos una analítica y tiene anemia, no debía haberse apuntado al programa de adelgazar en ese estado.

Consigue llevarse la mano derecha a la cabeza, donde nota tirantez. Palpa el chichón. Intenta pensar pero solo recuerda oscuridad.

–         ¿Cuánto tiempo llevo aquí? – le cuesta hablar. Nota como arrastra las palabras.

–         ¿En la cama? Desde ayer a las nueve de la noche más o menos. Cuando se desmayó la trajimos a su habitación y el médico la reconoció. Le recetó vitaminas y suero vía intravenosa. Ahora son las ocho de la tarde. Su estancia finalizaba hoy a las doce pero hemos querido dejarla descansar. – La mujer está recogiendo el gotero vacío. Se mueve de manera muy profesional, pero no parece una enfermera. 

–         ¡Ya ha pasado una semana! – Alicia se mira el dorso de la mano. Un pequeño punto indica donde estaba la aguja.

–         ¿Que rápido verdad? ¡Y estará contenta! Ha perdido ocho kilos, sus amigos no la van a conocer. Eso sí, debe seguir con las vitaminas que el médico le ha recetado y tomar un poco el sol, a ver si hacemos desaparecer esas ojeras. Es una pena que anoche se perdiera el cóctel de despedida.

Alicia se incorpora. Le da vueltas la cabeza. No recuerda los ejercicios. Ni la caída. Si el hambre… 8 kilos, no se lo puede creer. Se levanta despacio y camina hacia el cuarto de baño. Se mira en el espejo. “Sí que tengo mala cara. Pero hacia tiempo que no me veía tan delgada”.

La imagen en el espejo la ha animado. Se viste sin prisas. La ropa perfectamente doblada en el cajón de la mesita que introduce en su maleta. Tiene poco que guardar.

Pulsa el botón de bajada y sonría a la imagen que le devuelve el gran espejo del ascensor. En el hall enciende su móvil mientras revisan su cuenta. “Dos llamadas de mamá, y cuatro de la oficina. Qué  gran vida social tengo”.

Sale por la puerta giratoria y admira la gama de tonos rojizos que envuelven el sol, a punto de desaparecer en el horizonte. Está empezando a anochecer. El taxi está esperándola. Se acomoda y apoya la cabeza en el asiento. Todavía se siente cansada. Vuelve a mirar su mano, donde tiene el pinchazo, le molesta un poco. Mira su otra mano, antes no se había fijado. Tiene unos arañazos en la palma, parecen recientes aunque están cicatrizados. Gira la mano y estira los dedos, las dos manos juntas. En la derecha tiene tres uñas rotas. Están cortadas y limadas, pero le parece horrible el aspecto de su mano con esa diferencia de tamaño entre unas y otras. “Tendré que ir a la manicura en cuanto llegue a casa”.

Se estira en el asiento y su pierna tropieza con su maleta. Una punzada de dolor le ha hecho encogerse. Mira su pierna. Tiene un gran moratón en la espinilla que se está volviendo de color amarillo. Se frota la pierna y vuelve a sentir el dolor.

Gira la vista y mira por última vez el gran edificio de estilo modernista. La gran escalinata de la entrada, la cúpula central acristalada, las estilizadas ventanas. Le parece ver una sombra desapareciendo detrás de una de ellas, una contraventana se cierra violentamente. Se da cuenta de que todas están cerradas, no hay luz en ninguna de ellas… recuerda una habitación en penumbra… siente el dolor pulsante… se toca la cabeza y palpa el chichón… una silla… gira su mano y examina los arañazos… una contraventana… desesperación… oscuridad… está empezando a sentir angustia.

Toca el hombro del taxista. “Perdone, necesito que me ayude, creo que no iré a la estación…” Los ojos la miran con indiferencia a través del retrovisor. Separa la mano derecha del volante y se quita algo de la oreja. Sólo entonces ella repara en los auriculares. Música distorsionada suena a través del que ha quedado sobre su hombro. “Sweet dreams are made of this. Who am I to disagree?...” ¿Dónde he oído antes esta música? Recuerda un uniforme… manos frías que la sujetan… “…Everybody’s looking for something. Some of them want to use you…

TITERES, MANIPULACION Y MIEDO

titeres

También podría haber añadido en el título la palabra ignorancia, o incultura, o desinformación, pero ya me parecía demasiado largo.

Busco en el diccionario la palabra ENALTECIMIENTO, por si acaso se me ha escapado algún significado oculto, pero no, significa lo que ya sabía, literalmente: Alabanza de una persona o cosa en la que se resaltan mucho sus cualidades o méritos.

Escéptica como soy busco en el Código Penal el art. 578 que todos están mencionando, el que define la apología o enaltecimiento del terrorismo, a ver si me aclara algo más la polémica y leo:

  1. El enaltecimiento o la justificación públicos de los delitos comprendidos en los artículos 572 a 577 o de quienes hayan participado en su ejecución, o la realización de actos que entrañen descrédito, menosprecio o humillación de las víctimas de los delitos terroristas o de sus familiares, se castigará con la pena de prisión de uno a tres años y multa de doce a dieciocho meses. El juez también podrá acordar en la sentencia, durante el período de tiempo que él mismo señale, alguna o algunas de las prohibiciones previstas en el artículo 57.

Busco el argumento de la obra «La Bruja y Don Cristóbal. A cada cerdo le llega su San Martín» en la web de la compañía, a ver si encuentro alguna alabanza o justificación al terrorismo yihadista u/y/o etarra, y leo: “La protagonista está en su casa, y, en primer lugar, su vida es interrumpida por la aparición del “Propietario”, que resulta ser el legítimo poseedor legal de la casa donde vive. No existen monjas violadas; bajo la forma de los muñecos, los adultos podemos comprobar que el propietario decide aprovecharse de la situación para violar a la bruja; en el forcejeo, la bruja mata al propietario. Pero queda embarazada, y nace un niño. Es entonces cuando aparece la segunda figura: una monja, que encarna la Religión. La monja quiere llevarse al niño, pero encuentra resistencia en la bruja, y en el enfrentamiento, la monja muere. Es entonces cuando aparece el Policía, que representa la Fuerza del Estado, y golpea a la bruja hasta dejarla inconsciente, y tras ello, construye un montaje policial para acusarla ante la Ley, colocando una pancarta de ‘Gora Alka-ETA’ sobre su cuerpo, que intenta mantener en pie para realizar la foto, como prueba. A partir de este montaje policial, surge la cuarta figura, que es la del Juez, que acusa, y condena a muerte, a la protagonista, sacando una horca. La bruja se las arregla para engañar al juez, que mete la cabeza en su propia soga, y la aprovecha para ahorcarle, para salvar su propia vida.» El relato continúa algo más, pero esta es la esencia de lo que transcurre, y donde se encuentra toda la polémica.

El argumento ya indica que la obra no es que no sea para niños, sino que la mayoría de los padres que estaban presenciándola no la entendieron, o eso o que estaban a sus cosas sin prestar atención y solo vieron una pancarta donde se veía ETA y llamaron a la policía sin detenerse a preguntar el motivo ni la el significado.

También se ha dicho que la obra era muy violenta lo que me hace un poco de gracia, ya que a menos que los títeres hayan desarrollado nuevos efectos especiales con sangre y explosiones no creo que hayan variado mucho de cuando yo llevaba a mis hijos a ver alguna obra de marionetas en las que los personajes se daban con la cachiporra, que eran los momentos más divertidos para los niños.

Ayer veía a lideres políticos pidiendo cabezas y dimisiones, en ese juego electoralista de desprestigiar a cualquier precio, sin pararse a analizar los hechos. Hoy algunos medios seguían alimentando la polémica utilizando titulares que remarcaban sobre todo las consabidas palabras malditas que tanto venden: terrorismo, víctimas, apología.

Y veo con tristeza que el miedo se ha instalado en muchos políticos y personajes públicos, que el ataque es tan fiero y brutal que pocos se atreven a defender la libertad de expresión de manera alta y clara, solo Juan Diego Botto se atrevió en la gala de los Goya a mencionarlo y creo que está recibiendo amenazas. Por parte del Ayuntamiento de Madrid enseguida interpusieron una denuncia contra la compañía de títeres para salvarse en salud, ya recibieron bastante palos con el lamentable caso Zapata y no quieren que les vuelva a salpicar nada así. Ada Colau y Alberto Garzón entre otros mostraban su indignación por el encarcelamiento de los jóvenes y recibían críticas por su posicionamiento (supongo que algunos les llamaran pro-etarras), mientras el ministro del Interior dirigía duras palabras tanto a los titiriteros como a cualquiera que los defendiera.

Entiendo que muchas de estas declaraciones pueden entrar dentro del juego político, el aprovechar cualquier error del adversario para entrar a matar. Pero ¿y el Juez? Dictar prisión incondicional cuando es una obra que ya se había representado sin levantar ninguna polémica (que se ve que en Granada entienden mejor la sátira que en Madrid), no puedo entenderlo. Desconozco el procedimiento judicial en estos casos, pero entiendo que la privación de libertad es algo tan grave, que a menos que se esté cometiendo un delito de violencia contra otra  persona, se tiene que escuchar, estudiar y analizar toda la información. Y si hace falta, se le representa la obra, y que juzgue.

Es tristemente paradójico que precisamente una obra que supuestamente defendía la convivencia, la tolerancia y la aceptación de lo diferente, y en la que se denunciaba la manipulación policial, haya llevado a sus autores a un calabozo.

Dice muy poco de nuestra salud democrática.

EL MIEDO GRIEGO

Pues parece que hoy todos los políticos del país son super feministas, lo que me ha sorprendido agradablemente. Quiero pensar que las críticas vertidas al nuevo gobierno griego por no haber nombrado ninguna ministra mujer no se deben a que para muchos sea un partido “radical” de izquierdas que amenaza con poner en práctica muchas medidas económicas que aquí están tachando de populistas y bolivarianas. Quiero pensar que realmente creen que la mujer debe desempeñar cargos importantes en la administración del Estado.

Por supuesto no estoy defendiendo a Syriza, desconozco el motivo de ese ejecutivo tan masculino pero seguro que ya se están arrepintiendo. Siempre he defendido que la mujer debería estar más presente en las decisiones políticas y económicas, posiblemente acabaríamos solucionando el problema de la conciliación laboral y familiar, eso para empezar, incluso puede que consiguiéramos acabar con las guerras tontas, como las de nuestros hijos cuando se pelean por un mismo juguete y acaban olvidando porque se están pegando. Pero de eso ya hemos hablado otras veces.

Supongo que esto no ha hecho más que empezar. Me refiero al análisis y escrutinio de todo lo que pase en Grecia a partir de ahora. Nunca habíamos oído tanto hablar en griego como desde este fin de semana, cuando se retransmitían los resultados de las elecciones generales de ese país como si fueran las nuestras. Es curioso que para un sector de la población (el mismo que demoniza al nuevo partido Podemos, que no a la izquierda de toda la vida) esa victoria va a hacer que Grecia se hunda en la miseria (¿más?) y la echen del euro porque ya vaticinan que no va a poder cumplir con sus obligaciones.

Inciso: para mí de las obligaciones que tiene que asumir un Gobierno solo hay una prioritaria, asegurar un mínimo bienestar a sus ciudadanos, el resto van después.

Siguiendo con lo de Grecia, y como han dicho muchos, no creo que se pueda equiparar su situación a la nuestra ni que Podemos sea Syriza, pero si que muchos nos hemos alegrado de esa victoria porque significa plantar cara a la Troika, al capital en su faceta más despiadada, la que no piensa en las personas, solo en dinero, deuda e intereses. Todos los que vimos con tristeza y miedo como se ahogaba a ese país con  medidas que luego se iban aplicando aquí aunque les pusieran otros nombres creo que tenemos la esperanza de que se puede recuperar, por muy difícil que se lo pongan.

Que el FMI llegara a reconocer que las medidas de austeridad practicada en Grecia no habían ayudado a disminuir su deuda ni habían favorecido su crecimiento económico pareció no importar, seguían apretando más y más la cuerda.

Ese es el miedo que tienen los partidos mayoritarios aquí, que la gente está harta, de no llegar a fin de mes, de que les echen de su casa, de no tener trabajo ni prestaciones sociales, de que la Sanidad sea un caos, y de que ese dinero que falta en las arcas pública haya ido a parar a los bolsillos de quien se supone que tenía que velar por nuestros intereses.

Por eso nos van a retransmitir hasta cuando le salga un grano en la nariz a Tsipras, que será por culpa de esas medidas descabelladas de izquierda radical que haya aprobado. El actual gobierno va a seguir intentando asustarnos con la política del miedo, de que perderemos la seguridad si no gobiernan ellos y que si ganan los otros, los innombrables, nos echarán de Europa y la anarquía reinará en esta nueva dictadura que será este país, porque Otegi ha dicho que se alegraba de que ganara Syriza, y los innombrables son como Syriza y entonces todos son ETA así que los españoles no podemos alegrarnos de que haya ganado Syriza. A veces no doy crédito a lo que oigo.

Yo me alegro por los griegos.

LA SOLIDARIDAD DISCRIMINADA

Anoche tuve una pesadilla, soñaba que estaba haciendo turismo, creo que era Madrid, o por lo menos mi creador de paisajes oníricos cogió recuerdos visuales de paseos por la Gran Vía junto con otros sacados de alguna película de desastres. El caso es que en un momento de ese paseo una explosión cercana destrozaba la terraza de una cafetería y el pánico de encontrarme con la visión de cuerpos destrozados me impedía moverme. No quería moverme. No quería mirar.

Me he despertado con esa sensación de miedo hasta que me he dado cuenta de que era un sueño y que no pasaba nada. Pero también preguntándome como otras tantas veces porque a los europeos solo nos importan las  matanzas que ocurren en nuestro entorno, en un país cercano, a gente como nosotros, con esa empatía excluyente que parece filtrar el horror si las víctimas son de otro color, raza o religión, por no decir continente.

A mi particularmente me horrorizan todas, ya sea por catástrofe natural o por guerra/atentado antinatural. Y me asquean los exagerados signos de solidaridad con unas y el casi silencio de las otras excepto por unos segundos en las noticias o algún titular en la prensa.

El último ejemplo de esto ha sido la masacre de más de dos mil personas en Nigeria por el grupo Boko Haram. En París millones de personas se manifestaban en contra del terrorismo que había matado a 12 franceses y a favor de la libertad de expresión, aunque muchos de los mandatarios que encabezaban dicha marcha solo lo hicieran para salir en la foto porque no solo no respetan esa libertad de expresión en sus países sino que se empeñan en recortarla cada vez más. Mientras tanto, poco se hablaba de las continuas matanzas indiscriminadas que se perpetran en África, Arabia o Asia. Ninguna multitudinaria manifestación, ni reuniones extraordinarias y urgentes de líderes internacionales para buscar soluciones.

Solo intentamos proteger nuestro pequeño mundo, y con esa excusa las únicas soluciones que se les ocurrirán será seguir cerrando fronteras, endurecer la seguridad, vigilar más las comunicaciones personales de colectivos sospechosos, vendernos que para salvaguardar nuestra seguridad tenemos que sacrificar privacidad y libertades. Y lo peor es que como tantas otras veces, mucha gente consentirá, porque el miedo es muy convincente.

No creo que podamos acabar con el terror y la violencia en nuestros países, con nuestras modernas y preparadísimas agencias de inteligencia, policía y seguridad, si no solucionamos el problema que lo ocasiona, si no invertimos en educación, en tolerancia, en ayudar a esos países que muchas veces no tienen otra cosa que el odio hacía los que ellos creen sus enemigos.

Si no dejamos de mirar para otro lado cuando convierten a esos países en campos de batalla por meros intereses económicos.

masacre nigeria

Relato: BUENO… ME TENGO QUE IR (O.K… I gotta go now)

Siempre que podía contaba esa anécdota. Nadie le creía pero él juraba por sus muertos que todo lo que decía era cierto.

Al finalizar el verano del año 2004 la empresa de seguridad para la que trabajaba le anunció que le trasladaban. Le faltaban pocos años para la jubilación y había hecho méritos suficientes para ganarse un buen destino. Desde el primer momento en que pisó las instalaciones que tendría que vigilar a partir de esa noche, le inundó una agradable sensación de paz.

Durante semanas no tuvo ningún problema, exceptuando las visitas de algunos intrusos que de vez en cuando intentaban colarse saltando la tapia que separaba las celebridades del mundo exterior. Solían ser curiosos que no respetaban los horarios en los que se podía entrar libremente y a los que bastaba con una amonestación y alguna amenaza de arresto para que se marcharan avergonzados.

Una vez el recinto cerraba al público aprovechaba para darse una vuelta por los jardines mientras observaba a los empleados de mantenimiento recoger herramientas y maquinaria. Sólo trabajaban a última hora de la tarde, para no estropear las fotografías de los turistas. Luego desaparecían.

A un lado estaban los estudios Paramount, con sus grandes naves y decorados a lo largo de todo el muro este. Por el lado contrario discurría Santa Mónica Boulevard, lleno de hoteles, restaurantes, clubs y mucha vida nocturna. Sin embargo, cuando empezaba su turno y llegaba al borde del gran lago artificial ya se había olvidado de que se encontraba en medio de una de las ciudades más grandes del mundo. Se sentaba en uno de los bancos y escuchaba el murmullo del agua, cerraba los ojos y se dejaba llevar por la misma brisa que agitaba las ramas de los frondosos árboles que le rodeaban.

Cuando todo el mundo se había marchado se encerraba en la garita de control donde vigilaba los monitores. Era un trabajo tranquilo así que cuando empezaba a aburrirse de observar las pantallas sacaba su revista de crucigramas y se dedicaba a intentar resolver los blancos, sus preferidos. Y nunca pasaba nada.

Hasta el 15 de septiembre. Se acordaba porque fue el día del cumpleaños de su mujer, habían cenado fuera y casi llega tarde. Esa noche, cuando empezó su primera ronda por el exterior, oyó música. Al principio creyó que venía de la calle, de algún coche aparcado al otro lado del muro, de alguna fiesta cercana… pero se oía desde dentro de los muros, al lado de la gran fuente. Y cuando se acercaba el sonido desaparecía.

Aguantó dos noches más. Escudriñaba los monitores pero en el exterior todo seguía tranquilo. Sin embargo escuchaba guitarreos a un ritmo desenfrenado, tonadas que le eran familiares pero que no reconocía porque parecían venir de muy lejos.

La tercera noche cogió su linterna y se dispuso a encontrar el escondite de los gamberros que parecían querer reírse de él.

Salió de las oficinas y se dirigió hacia el lago. Agarraba con fuerza la linterna mientras alumbraba donde pisaba, la música se oía cada vez con más claridad. Guiado por el sonido fue encaminando sus pasos hasta que creyó que en el próximo haz de luz descubriría a un grupo de jóvenes sentados en el césped con su equipo de música, riéndose de él, no entendía como no echaban a correr, debían verle llegar desde lejos. Empezó a inquietarse.

La piedra de mármol era tan negra que no la distinguió. Al caer la linterna iluminó una lápida cercana, había un extraño nombre “Dee Dee Ramone – september 18, 1952 – June 5, 2002” y un poco más abajo en letra más pequeña “Ok… I gotta go now”. Se volvió hacia la lápida que había provocado su caída, sobre el negro destacaban unas letras blancas: “JOHNNY RAMONE – October 8, 1948 – September 15, 2004”. La música le envolvía, no sabía si sonaba debajo de él, al lado… asustado alumbrada a su alrededor intentando ver algo, pero sólo escuchaba ese sonido infernal…

Un poco más lejos escuchó una voz que repetía rítmicamente “Hey, ho, let’s go!… Hey, ho, let’s go!…”

Soltó la linterna y echo correr. Nunca más volvió.

Dicen que en el Hollywood Forever Cemetery algunas noches se oyen lejanos sonidos distorsionados, una guitarra, un bajo y una voz… algo hace que suenen incompletos, como si estuviesen esperando… un batería.

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Este mes Joey Ramone habría cumplido 60 años por eso he decidido reeditar este relato que escribí para el Club de los Jueves hace casi tres años. Cualquier excusa es buena para volver a escucharlos…

Jeffrey Ross Hyman «JOEY RAMONE«, 19/05/1951-15/04/2001 descansa en el Hillside Cemetery de Nueva Jersey.

Douglas Glenn Colvin “DEE DEE RAMONE”, 18/09/1951-5/06/2002 y John Cummings «JOHNNY RAMONE«, 8/10/1948-15/09/2004 descansan en el Hollywood Memorial Cemetary. Los Angeles, California.

Relato: HALLOWEEN

A ella todo esto de Halloween le parecía una tontería, pero como todos se habían entusiasmado con la invitación de Juan, no se iba a quedar ella sola en casa el sábado por la noche por no disfrazarse.

Llevaba toda la semana comiéndose la cabeza con que disfraz le sentaría mejor. El lunes por la mañana solo pensaba en hacer un par de agujeros a una sabana e ir de fantasma. El miércoles ya se había animado y quería buscar algo con un poco de glamour. Se imaginaba a las demás luciendo escotes de Vampirella y decidió que no podía desentonar tanto. El viernes por la noche se la pasó ajustando el vestido de Morticia que había comprado al tamaño de sus caderas.

Faltaba poco para que la recogieran y se miraba y remiraba en el gran espejo de pie de su habitación. El vestido completamente entallado se pegaba a su cuerpo. Le gustaba el contraste entre sus caderas y la cintura, le hacía parecer más esbelta. Después se iba estrechando hasta que casi le impedía andar cómodamente. Tenía que dar pasitos cortos y con cuidado de no pisar los picos que el vestido arrastraba por el suelo. Le encantaban las mangas que acababan en un largísimo pico y el profundo escote en forma de V. La peluca negra y el maquillaje hacían que no se reconociera en el espejo, aunque le gustaba la mujer fatal que veía reflejada en él.

El timbre la sobresaltó. Su amigo Julio había aceptado disfrazarse de Gómez, lo que no le favorecía nada, parecía un triste funcionario con bigote, pero se abstuvo de decírselo y le dijo que estaba genial.

Subió al coche y empezó a sentir que el traje dominaba sus movimientos. Más que entorpecerlos los volvía lentos y elegantes. Julio le miró, y guiñándole un ojo arrancó el coche. Los dos estaban nerviosos. Juan era famoso por sus fiestas y era un honor ser invitado a una de ellas.

Al cruzar la entrada de la urbanización ya se oía la música. Cuando se acercaron un poco más reconoció la canción, mOBSCENE de Marilyn Manson. No le disgustaba pero siempre conseguía inquietarla.

Una de las características de las fiestas de Juan es que había “sorpresas”, nadie sabía como se las arreglaba, pero decían que sus famosos cócteles llevaban sustancias de siglas extrañas facilitadas por un amigo químico. Creía en la “felicidad universal”, aunque ella pensaba que no dejaba de ser una leyenda.

Precisamente su grupo de amigos estaba al lado de la barra en el salón principal. No paraban de servir combinados y el movimiento en esa zona era incesante. Se unieron a ellos y al cabo del rato ya no le importaba la estrechez del vestido en los tobillos.

Hombres lobo, vampiros, brujas y muchos zombies… todos bailaban a su alrededor. No sabía si se debía a los cuatro combinados que se había tomado, o a que no llevaba las gafas para no desentonar en el disfraz, pero empezaba a sentirse confusa y a verlo todo un poco borroso. Las caras se difuminaban delante de ella y no reconocía a nadie. Decidió salir al jardín a despejarse un poco.

Hacía frio, pero se recostó en una de las tumbonas y cerró los ojos. Necesitaba descansar la vista. Un grito lejano la sobresaltó. Se había quedado traspuesta. La copa que llevaba en la mano cuando se sentó se había derramado sobre la tumbona. Miró a su alrededor a ver si encontraba a alguien conocido pero seguía sin reconocer a nadie. Vio un bulto cerca de la piscina, era un tipo disfrazado de zombie que se movía rítmicamente sobre otro bulto. Esa chica va peor que yo, pensó. De pronto se dio cuenta que los movimientos que el zombie hacía no eran de pasión, parecía que la estaba mordiendo. Que bien hecho está ese disfraz… en ese momento se volvió hacía ella. Los ojos eran dos puntos rojos que la apuntaban mientras de su boca le colgaba una masa sanguinolenta que aún estaba unida a lo que parecía un tórax humano.

Se puso en pie de un salto. Algo le decía que aquello no era un disfraz. Y si lo era, no le gustaba nada. Nunca había soportado las películas gore, aunque supiera que eran de mentira.

Entro a la casa con el corazón bombardeándole los tímpanos. Solo en ese momento se dio cuenta del silencio. No había música. ¿Cuánto tiempo habré dormido? ¿Ya se ha acabado la fiesta?. Tropezó con una chica que estaba tirada en el suelo, no había mucha luz, formaba parte de la esmerada ambientación. Era una bruja con la que había estado charlando hacía un rato, una ex de alguien, no recordaba muy bien de quien.

Se iba a agachar a preguntarle si estaba bien cuando algo en su postura la paralizó. Su cuerpo no era normal, era demasiado corto, la recordaba más alta. ¡Las piernas! No las tenía, su cuerpo terminaba bajo la falda acabada en jirones de su disfraz.

Empezaba a ahogarse. Le faltaba el aire. Miró a su alrededor. No se atrevía a moverse. Esperó a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra y se fijó en los cuerpos que estaban esparcidos por el salón. Era como si todos se hubieran desmayado en mitad de una canción, sólo que en algunos sitios no había personas, sino miembros desgarrados.

Escuchó un grito. Venía del piso de arriba. Era un grito de horror. Lo sabía porque era el que ella hubiera pegado si el pánico no la hubiera paralizado mientras esos puntos rojos se acercaban hacía ella, mirándola fijamente, hipnotizándola.

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El timbre de la puerta la sacó de sus recuerdos. Ahora se arreglaba para otra fiesta. De nuevo la daba Juan. Esta vez había que intentar imitar a los románticos ingleses de principios del XIX. Ella había escogido a Mary Shelley. Las ojeras y su tez extremadamente pálida le habían facilitado la caracterización.

Bajó las escaleras hacía el portal y empezó a notar la ansiedad que sentía últimamente antes de acudir a las fiestas, cuando Juan le mandaba un sms y le confirmaba que esa noche volvería a haber carne fresca.

EL CLUB DE LAS CANCIONES. Salir corriendo.

Es lo que aconsejaría a cualquier mujer u hombre ante la primera agresión. Da igual que sea verbal, física o psíquica. Salir corriendo. Sin mirar atrás. No es cuestión de perdonar o no, es cuestión de dignidad. De que no te pisoteen. De que no te anulen.

Como dice AMARAL. Hay que salir corriendo.

Relato: LA MUDANZA

Dejo a un lado la última caja y me siento en un escalón del porche. El camión de mudanzas se aleja calle abajo y con él la sensación de que ya no hay vuelta atrás. El tratamiento ha tenido éxito, estoy embarazada de doce semanas, estreno trabajo, casa y una vida nueva. Tengo que demostrar a los que creen que estoy loca que voy a poder con todo.

Reconozco que he empezado con suerte. Cuando me trasladaron aquí empecé a buscar apartamento pero cuando me tropecé con esta casa de estilo victoriano de dos pisos, con la pequeña torre circular rematándola, no pude evitar empezar a hacer planes de lo maravilloso que sería vivir en ella. Siempre me han fascinado este tipo de casas pero suponía que estarían fuera de mi alcance. Sin embargo el de la inmobiliaria me dijo que el actual propietario tenía unos problemas familiares graves y tenía mucha prisa en venderla.

En el salón el sol entra por los grandes ventanales que lo rodean, iluminando las docenas de cajas que hay esparcidas por el suelo. La gran mesa de la cocina está cubierta de platos, vasos y cacerolas. Es lo primero que quiero organizar y así poder empezar a sentirme como en casa, además me apetece mucho un té y para eso necesito encontrar la tetera, el tarro del té y algún vaso limpio.

Una hora más tarde la cocina está en perfecto estado de revista. Miro la hora y me doy prisa. Son las siete de la tarde y quiero dejar mi dormitorio preparado para poder darme una ducha antes de desmayarme totalmente. Subo las escaleras y entro en la única habitación amueblada del piso de arriba. Un par de cajas semiabiertas aguardan a los pies de la cama, en ellas guardé ropa para una semana, además de sábanas y toallas para tener a mano.

Abro las puertas del gran armario empotrado que ocupa toda la pared del fondo y empiezo a colocar la ropa en los estantes. Al abrir uno de los cajones un cuaderno se desliza hacia fuera. Es una especie de agenda con la tapa forrada de piel. Abro una de las hojas y veo que hay anotaciones en determinadas páginas, la tiro encima de la cama y sigo vaciando cajas.

No me vuelvo a acordar de ella hasta que me deslizo en la cama, agotada. Me recuesto sobre los almohadones y hojeo las primeras páginas.

24 de abril. Hoy me he hecho la prueba, estoy embarazada. Tantos meses intentándolo y ahora que nos mudamos a esta casa sucede todo, estoy tan emocionada. Estoy deseando que llame para contárselo.

Supongo que debe ser un diario de embarazada, qué casualidad, sigo con curiosidad y adelanto unas hojas más a ver si hay algo interesante.

10 de mayo. Las molestias van remitiendo pero no me encuentro bien. Es más anímico que físico. Me siento triste y sola. Mark ha tenido que retrasar su vuelta y  yo no me atrevo a decirle nada para que no se preocupe por mí. No me acostumbro a los ruidos de esta casa. Por las noches parece que tenga vida propia, oigo crujidos por todas partes. Me cierro con llave, pero sigo teniendo miedo.

Se me cierran los ojos. Cierro el diario y lo dejo encima de la mesita.

A la mañana siguiente me despierto con la sensación de no haber descansado nada. La cama, extraña para mi cuerpo, ruidos desconocidos y sueños un tanto inquietantes me han mantenido en un duermevela durante toda la noche.

Mientras saboreo un café humeante y un bollo sigo hojeando el cuaderno de notas.

15 de mayo. Mark ha estado una semana en casa y ha tenido que volver a marcharse. Dice que cuando lleve un poco más de tiempo en la empresa no tendrá que viajar tanto. Espero que sea así. Me siento más segura cuando está en casa.

25 de mayo. Hoy he ido al médico. Estoy de ocho semanas. Me ha dicho que tome infusiones para ver si descanso un poco más y me tranquilizo. Te echo tanto de menos y tengo tantas ganas de que vuelvas. Por las noches me encierro en mi cuarto y echo la llave. Sigo oyendo los ruidos, no sólo en el tejado de arriba sino también al otro lado de la pared. Ayer cuando te lo decía te reías y me llamabas miedosa. No me atreví a decirte nada más, pero no sé cuánto tiempo podré aguantar en este estado de nervios.

27 de mayo. Esta noche alguien golpeó la puerta de mi habitación. Me desperté de golpe, sintiendo que mi corazón se me salía del pecho. No he podido dormir más. Luego oí unos cuantos murmullos y después el silencio otra vez. Sólo puedo dormir de día, me siento segura oyendo los gritos de los niños y los ruidos de los coches. Cada vez me aterroriza más el silencio de la noche.

Cierro el diario. Con lo aprensiva que soy sólo me falta leer las paranoias de otra persona. Lo dejo sobre la mesa y me voy al salón. Hoy he decidido colocar los libros.

Tras un pequeño descanso para comer algo rápido y varias horas más de organizar estanterías y quitar el polvo a toda mi biblioteca, observo con orgullo los estantes repletos de libros. Ya me queda poco más que colocar, soy poco de recuerdos y figuritas, alguna foto quizás, pero me estoy empezando a sentir en casa.

Sentada en mi estupendo porche octogonal observo como desaparece el sol por detrás de los tejados y siento el cansancio acumulado de estos dos días. Me arrastro por las escaleras hasta mi cama, hoy ni me ducho.

Ruidos y crujidos me despiertan. Me levanto y salgo al pasillo por si me he dejado alguna contraventana abierta, pero todo está cerrado. Los ruidos se oyen más dentro de mi habitación, como si vinieran de la torre que está justo encima. Es demasiado tarde para subir, mañana la revisaré bien. Dudo unos segundos antes de cerrar la puerta por dentro. Me tumbo de nuevo y me duermo en seguida.

A la mañana siguiente antes de bajar a desayunar subo a la habitación de la torre. La tarima de madera cruje al pisarla, tendré que llamar a alguien, aunque todavía no sé que utilidad voy a darle a este mirador, me gusta más por fuera que por dentro. Compruebo que los ventanales que la circundan están cerrados y me doy cuenta de que hay unos muebles amontonados en un rincón. No los vi el día que visité la casa. Están cubiertos con una sábana, al retirarla, una gran nube de polvo queda en suspensión sobre una mecedora y una cuna de madera. Dentro de la cuna un caballito balancín yace boca arriba. Lo tapo todo de nuevo y bajo hacía el salón. No entiendo porqué no se lo llevaron.

15 de junio. Esta mañana he ido de compras, tenía que distraerme y he empezado a mirar muebles para el bebé. He visto una cuna de madera blanca preciosa con unos corazones de colores pintados en el cabecero.  Me han dicho que la pueden tener en unos veinte días. Así me dará tiempo de pintar la habitación del bebé.

18 de junio. Esta noche lo he vuelto a oír. Era como una mujer acunando a un niño, el sonido lejano de su voz acompasado con el crujido del vaivén de una mecedora. Después, de nuevo los golpes. Un grito y silencio. No me he atrevido a decirle nada por teléfono, ya no estoy segura de si las voces están dentro de mi cabeza.

Hay varios días más con anotaciones de este tipo. Frases inconexas que empiezan a no tener sentido, letra nerviosa, hojas en blanco entre unas notas y otras. Sigo pasando páginas, cada vez más intrigada. Todas en blanco, de pronto una hoja garabatada de principio a fin

Se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado  se lo ha llevado se lo ha llevado se lo ha llevado se lo ha llevado se lo ha llevado se lo ha llevado

Me acuerdo de la cuna en la torre de arriba. Cierro el diario y lo tiró en un rincón. No soy excesivamente nerviosa pero me vienen a la cabeza un par de escenas inquietantes que desecho inmediatamente de mi cabeza. Mejor empiezo a preparar la cena, el fin de semana se acaba y mañana no quiero llegar tarde.

Me cuesta dormirme. Ruidos que ayer me parecían inofensivos me producen ahora taquicardias desbocadas. Poco a poco voy cayendo en un sueño inquieto del que me despierto gritando angustiada. Recuerdo una mujer, no le veo la cara, el pelo enmarañado le tapa casi toda la cara, menos sus ojos, oscuros y vacíos.

Paso todo el día intentando quitarme esa sensación de angustia. En el trabajo alargo la jornada hasta que me doy cuenta de que me van a cerrar la tienda y que no tengo casi nada en la nevera. En el supermercado deambulo por los pasillos sin saber muy bien que meter en la cesta, al final cojo un par de platos precocinados y decido irme a casa. Necesito descansar.

A las nueve ya estoy en la cama, con un libro y una infusión caliente. Sólo quiero dormir. En cuanto siento que los ojos me empiezan a pesar apago la luz y me escondo bajo el edredón. Los ruidos comienzan a los pocos minutos. Un canturreo suave acompañado de crujidos en la madera. Como si caminaran acunando a un bebé.

Mientras marco el teléfono del agente inmobiliario presiento que no me va a gustar lo que me cuente.

          Hola Frank, he encontrado un diario que debió pertenecer a la antigua dueña de la casa y me preguntaba si me darías su teléfono para quedar con ella y devolvérselo.

          Me temo que no va a ser posible, pero si quieres que me pase mañana, lo recojo y se lo hago llegar.

          Me gustaría hablar con ella, querría consultarle algo sobre la casa – intento que mi tono suene normal sin conseguirlo.

          ¿Pasa algo? ¿Hay algún problema? – durante unos segundos lo noto dudar – el propietario dejó claro que no quería saber nada de la casa después de la venta.

          ¿Cuál fue el problema familiar que obligó al propietario a vender tan barato? Por favor Frank, últimamente no estoy descansando muy bien y necesito saberlo antes de empezar a imaginarme cosas.

          Está bien. Antes o después te enterarás por algún vecino. El anterior propietario volvió a casa de viaje de negocios y se encontró a su mujer embarazada muerta en su dormitorio. El bebé había desaparecido.

          ¿Cómo que había desaparecido? ¿La mataron y se lo llevaron? – empiezo a sentir frío en la nuca.

          No exactamente. Lo siento, sé que tú también estás en estado y no quería preocuparte… ella se suicidó… parece que se auto práctico un aborto y luego se ahorcó en la torre. No encontraron el feto, debió deshacerse de él…. Lo siento, en serio, ya sé que es desagradable, pero compraste la propiedad por un 50% de su valor de mercado, piensa que has hecho un gran negocio…..

Cuando cuelgo el teléfono el silencio ha vuelto. Contengo la respiración y me quedo escuchando. Los golpes en la puerta hacen que me incorpore de un salto.

Y hoy no he cerrado la puerta con llave.

 

 

 

 

 

Relato: EL ASCENSOR

No le gustaba nada ese ascensor. Había intentado ponerse en contacto con el presidente de la Comunidad para preguntarle si tenían previsto su cambio, pero no sabía que puerta era. En realidad todavía no se había tropezado con ninguno de sus vecinos, y el de la inmobiliaria no le había sabido dar más datos.

El edificio era de principios de siglo y el ascensor estaba instalado en el estrecho hueco de la escalera. En un principio le pareció una curiosa reminiscencia del pasado, elegante y original. Pero luego se fue agobiando con su lentitud, sus traqueteos, sus ruidos y sus paradas bruscas. Hacía meses que prefería subir andando a menos que fuera muy cargado, pero llevaba dos semanas de reposo por culpa de una lesión en la espalda y el médico le había prohibido utilizar las escaleras.

Estaba harto de pasar miedo mientras subía las cinco alturas en esa caja tan estrecha de madera y cristal. Le parecía un ataúd. Lo único bueno que tenía era que el hueco del ascensor no estaba tapado, solo una reja lo aislaba de la escalera, pero seguía sintiendo esa sensación de angustia en cuanto cerraba la puerta corrediza y pulsaba el botón.

Mientras cerraba las dos puertas de madera pensaba en las nuevas cabinas de puertas telescópicas y equipo de comunicación bidireccional. El “clac” que indicaba el anclaje de las puertas le sacó de su ensimismamiento. Luego siguió el cansino zumbido del motor que arrancaba su lenta marcha. Miraba a través del cristal y contaba los segundos con ansiedad, como si ascendiera hasta la superficie desde el más profundo de los abismos. Como si estuviera aguantando la respiración hasta llegar al final.

Aquel chirrido era nuevo. La cabina traqueteó. Cerró los puños como si pudiera hacer fuerza mental para ganar altura pero el aparato se detuvo cuando el rellano del tercer piso apenas le llegaba a la altura de los ojos.

Sacudió las puertas pero no se movieron. Pulsó el botón de la alarma. Un ridículo timbre resonó a través de la escalera. Intentó oír a través del cristal pero no oyó que nadie se acercara. Eran las diez, suponía que alguien volvería a lo largo de la mañana.

Se sentó en el suelo y maldijo el momento en que se le ocurrió bajar a dar un paseo para estirar las piernas. Se encontraba mejor y quería tomar un poco de aire fresco. Pensó en ir hasta el horno de la esquina, a por pan, en chándal, con un par de euros y las llaves. Y era lo único que tenía un pan y las llaves.

A las doce oyó el característico golpe de la puerta del patio al cerrarse. Se puso en pie esperando a su salvador. Oyó los pasos cuando ya estaban casi enfrente de sus ojos. Gritó y vio como se detenían frente a él durante un par de segundos. Luego pasaron de largo. No se lo podía creer. Aporreó el timbre de la alarma, más por desahogarse que porque pensara que alguien lo iba a escuchar.

Se dejó caer en el suelo, desalentado.

Miró el reloj, eran las dos del mediodía, tenía hambre y le dolía la espalda. Cogió un trozo de pan y empezó a mordisquearlo.

Se debió de quedar adormilado porque unas voces le hicieron abrir los ojos. Hablaban bajo, frente a las puertas de cristal. Por la rendija veía unos zapatos de mujer frente a unos mocasines de hombre. Volvió a gritar pero lo único que consiguió fue que se separaran cada uno hacía un lado.

Retrocedió hasta que su espalda tocó el fondo del ascensor. Intentó respirar pausadamente, sentía que se ahogaba. Quería pensar con claridad. Debían estar esperando al técnico, eso debía ser. Era sábado, y a lo peor tardaba un poco. Pero seguro que habrían llamado, aunque no le hubieran oído.

Se volvió a dejar caer en el suelo.

A las seis de la tarde ya no le quedaba pan. Tenía sed y unas acuciantes ganas de orinar. Había oído pasos, susurros  e incluso creyó ver unos ojos que le examinaban a través de la rendija. La medicación para la espalda lo tenía medio aturdido, pero lo que peor llevaba era el silencio. Ninguna palabra. Ningún ánimo. Nada, sólo silencio.

El frío del amanecer le despertó. Tenía la espalda agarrotada. Ni siquiera podía estirar las piernas sentado en el suelo. Miró hacía el frente y sus ojos se quedaron clavados en un botellín de agua mineral que había en el suelo. En la esquina izquierda. Inmediatamente subió la mirada hacía arriba, las puertas seguían cerradas. No había nadie al otro lado. Pero podía jurar que la botella no estaba antes. La cogió con cuidado y la abrió. Echó un largo y ansioso trago y la volvió a cerrar.

Cuando le sacaron los bomberos le dijeron que había tenido suerte. Llevaba una semana encerrado, sin comer. Y si no fuera porqué su jefe se extrañó de que no le respondiera al teléfono nadie le habría rescatado. El edificio estaba deshabitado desde hacía años, se extrañaron hasta de que esa antigualla de elevador todavía funcionara.

Envuelto en una manta térmica esperaba exhausto a que el sanitario acabara de examinarle pero no podía despegar sus ojos de aquel aparato. La cabina forzada, las puertas abiertas, los cristales rotos, como dientes. Si aquel objeto hubiera podido tener expresión, en ese momento le parecía que le estaba observando, herido… y con hambre…

 

Relato: LA LÍNEA BLANCA

Apuro el café mientras Pedro me mete prisa. Héctor nos espera fuera, apoyado en su Chevrolet descapotable del 56 de color azul celeste. Son las ocho y media de la mañana pero la humedad es tan alta que al cruzar la puerta del hotel la sensación de calor nos deja sin respiración.

Resoplamos y nos dirigimos hacía el coche. Es toda una reliquia, y además funciona. Héctor nos “encontró” la primera noche que llegamos. Caminábamos por Vedado, buscando un club de jazz llamado La zorra y el cuervo, o algo así. Paró el coche a nuestro lado y se ofreció a llevarnos a un club “mucho mejor muchachitos”. No le costó mucho convencernos y en unos minutos recorríamos el malecón hacia la Habana Vieja con esa agradable sensación del aire en la cara.   

De eso hacía tres días y lo habíamos adoptado como nuestro guía oficial. Nos recogía por la mañana y nos acompañaba durante todo el día. Nos salía más barato que alquilar un coche y nos llevaba a sitios de los que no salían en los libros. Hoy partimos hacía Cayo Grande en la parte sur de la isla. Queríamos un sitio tranquilo donde poder bucear sin tropezarnos con las piernas de los turistas.

Nos montamos en el coche y Héctor arranca dejando toda una nube negra a nuestra espalda. Bajamos por la calle 23 hacia el malecón bordeando el puerto hasta enlazar con la Vía Blanca, una de las autopistas que salen de La Habana. Dos carriles en cada sentido, sin líneas de separación y un firme mejor de lo que esperábamos.

El tráfico es casi inexistente, pero tampoco podemos correr mucho con estos trastos. Pedro va sentado delante y aguanta la inagotable cháchara del cubano mientras yo me recuesto en el enorme asiento trasero. Con este calor sólo me apetece dormir.

Un golpe brusco me despierta. Me incorporo cuando Héctor está intentando aparcar el enorme Chevy en el arcén mediante la inercia del motor parado. No tengo ni idea de dónde estamos, y me da que aquí la asistencia en carretera no debe ser muy rápida.

Bajo del coche y me acerco a Héctor que está maldiciendo mientras examina el motor. Al levantar el capó me doy cuenta de que las tripas de este trasto están compuestas de múltiples deshechos de todo tipo. Lo asombroso es que hayamos llegado hasta aquí. Pedro y yo nos miramos, es nuestro primer tropiezo, nos encogemos de hombros y mientras él se va a intentar ayudar a nuestro amigo yo me voy a buscar una sombra.

Al cabo de un rato hay un enorme tractor y un viejo Cadillac parados en el arcén detrás de nuestro coche. Todos se afanan intentando reanimar nuestro automóvil que se niega a arrancar.

Yo me aburro y tengo calor. Me levanto  y miro a mi alrededor. Me interno en la vegetación que flanquea la carretera, necesito estirar las piernas pero el intenso sol que ya cae a esas horas hace que no me apetezca caminar sobre el asfalto.

Al rato llego hasta un claro que precede a un gran barranco, la profundidad del valle es tal que me produce vértigo mirar hacia abajo. La vegetación cubre la ladera de este profundo vacío y al fondo discurre, lejano, un serpenteante río. Es el valle de Yurumí, lo reconozco por el puente de Bacunayagua, viene en todas la guías turísticas. Reconozco que impresiona encontrárselo así, de repente. Me siento en el suelo y observo el paisaje. Naturaleza en estado puro como nunca la he observado.

El sonido de las ramas agitándose me envuelve, escucho sonidos de aves lejanas. Cierro los ojos. De pronto oigo un grito desgarrador que me sobresalta. Abro los ojos pero no veo a nadie, sin embargo ha sonado tan cerca… vuelvo a oírlo a mi derecha, es como si alguien estuviera cayendo en ese inmenso vacío. Recuerdo las leyendas sobre los nativos que preferían despeñarse y morir que ser esclavizados.

Me pongo en pie de un salto e intento situarme para volver sobre mis pasos sin perderme. Sin embargo algo en el fondo del valle me atrae irremediablemente, no me puedo mover, me quiero alejar pero siento que mis pasos se dirigen en el sentido contrario a donde yo quiero ir. Cada vez estoy más cerca del borde, la angustia me invade, siempre he tenido miedo a la altura, pánico a caer… y aquí no hay barandilla…

Cierro los ojos y decido dejarme llevar, no puedo resistirme más, sólo me apetece volar.

   ¡¡¡¡RAAAAAAAAFA!!! ¿DÓNDE TE HAS METIDO?

El grito me sacude como una descarga y salgo despedido hacia atrás. Corro como un poseso hasta la carretera donde Héctor y Pedro están montados en el coche en marcha. Pedro de pie sobre el asiento, voceando mi nombre.

Me miran con cara de asombro mientras salto dentro del coche y les grito que arranquen, que nos vayamos de allí. No entienden nada pero obedecen. Mi amigo mira hacia atrás, a la selva que he dejado a mi espalda, como esperando que una fiera monstruosa aparezca de pronto persiguiéndonos.

El recorrido del puente se me hace interminable, no puedo evitar pensar que la caída hasta el fondo del río es irremediablemente mortal. Intento relajarme y disfrutar del paisaje.

Vuelvo a oír el grito resonando dentro de mi cabeza. Me pongo el cinturón de seguridad y cierro los ojos. No sé porqué estoy rezando.